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Durante el mes de septiembre los votantes en Suecia han colocado al partido de derecha radical, Demócratas Suecos, como segunda fuerza política. En Italia ha ganado las elecciones Georgia Meloni líder de los Hermanos de Italia, partido a la derecha de la derecha. Y, en ... Brasil, los extremos más radicales a izquierda y derecha se van a jugar en el partido de vuelta la presidencia del Gobierno. Los extremos ya no asustan a las sociedades democráticas. En Francia los partidos de extrema derecha (le Pen y Zemour) y los de extrema izquierda (Melènchon) sumaron el 51% de los sufragios en las últimas elecciones legislativas. Los cordones sanitarios antes aplicados (solo a la extrema derecha) han pasado a la historia. Las sociedades modernas están sufriendo una ola de nacionalismo, populismo y derechización pero los partidos nacionalistas (soberanistas e identitarios) y los populistas cada vez provocan menos temor a los ciudadanos y les seducen más a la hora de votar. Como ha escrito Taguieff en su reciente: ¿Quién es el extremista?, la pregunta es: por qué y cómo la oferta política resumida en el tríptico : identidad, soberanía, seguridad, se ha vuelto altamente atractiva en las sociedades democráticas. Se puede explicar, en parte, por la decepción provocada por los partidos socialdemócratas, liberales o centristas, tantas décadas en el poder; o como reacción frente a las minorías que han hipotecado los gobiernos con su rol de bisagras parlamentarias. Aún es pronto para afirmar si es un movimiento puntual o supone un retorno de lo nacional frente al multiculturalismo y la disolución de las identidades tradicionales europeas.
Con todo, en los sondeos demoscópicos, nadie se reconoce extremista, sobre todo en la margen derecha del abanico porque la satanización de los extremos viaja en sentido único. Taguieff se pregunta por qué el extremismo de derecha es condenado y el de izquierda tolerado y tratado con benevolencia. ¿Por qué esa asimetría? Esa avalancha de argumentos a raíz del triunfo de Meloni sobre una Europa que se inclina a la extrema derecha y corre el peligro de ser reconquistada por el «neo-fascismo», responde a la herencia de la cultura anti-fascista de obediencia estalinista. Por eso la extrema izquierda se percibe en la opinión pública mayoritaria como tolerable, solidaria e, incluso, con buenas intenciones. Mientras el extremismo de derecha es odioso y condenable en todos los casos. La asimetría entre el anti-fascismo y el anti-comunismo preside la fijación de los límites entre lo tolerable y lo intolerable en el campo político. Pero el extremismo es un efecto de la propia democracia representativa que lo ha gestado y ahora alimenta su propia contestación exigiendo democracia directa por la desconfianza en las élites (no nos representan) acusadas de traicionar la voluntad popular.
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