No hay forma de encontrar ni una sola excusa para justificar un intento de celebración festiva durante los próximos días en Logroño. Es cierto que hoy se habría encendido el cohete de los 'sanmateos' del 2020 si el COVID-19 no se hubiera apoderado de ... la salud mundial y si desde el pasado marzo Logroño y España, como cada rincón del globo, no sufriesen su terrible azote. Pero no hay más que refrescar la memoria de su trágico legado en la región, 393 muertes y miles de contagiados, para entender que no hay lugar para la fiesta. Antes que Logroño, los pueblos de La Rioja pasaron por la ingrata obligación de suspender sus festividades. Y los que aún no lo han hecho se verán pronto en la misma tesitura. Pese a ello, en algunos municipios fueron no pocos los que minusvaloraron las consecuencias de un cóctel fatal con el relajamiento festivo y la fuerza del coronavirus como ingredientes. Los resultados son suficientemente conocidos. Por eso, desde las administraciones local y regional de Logroño y La Rioja se han articulado normas restrictivas del ocio y de determinadas rutinas de uso habitual en fiestas pretéritas. Y se han reiterado recomendaciones a diestro y siniestro exhortando al buen juicio e invocando al ciudadano logroñés y a posibles visitantes a demostrar «tino y tiento en la necesidad de no celebrar las fiestas de este año de ninguna forma ni manera», como ha pedido el alcalde Hermoso de Mendoza en un bando dirigido a los logroñeses.

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No hay excusa. Ni siquiera la de refugiarse en la ignorancia. No hay fiestas es no hay fiestas. Es fácil entenderlo y vital atender a la responsabilidad individual superior que se impone en la actual coyuntura. Responsabilidad que no solo es exigible a los más jóvenes, en ocasiones injustamente señalados, sino a toda la sociedad. Una aportación no menor que se corresponde con un no menos importante sacrificio de algunos sectores económicos –hosteleros y turísticos principalmente, pero no solo estos– que no podrán encontrar en estas fechas alivio para sus cuentas ya maltrechas.

Ninguna fiesta vale una vida. Por eso, los próximos días deben afrontarse como días 'normales' (pese a la anormalidad en que han quedado encallados el martes 22 y el miércoles 23 como jornadas no lectivas en Logroño). El pañuelo obligatorio es la mascarilla. Y la higiene de manos y la distancia social, las únicas formas de confraternización tolerables. Porque la fiesta, este año acaba en el hospital. O en el cementerio.

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