Deberían organizar excursiones a las instalaciones de Riofarco, en el polígono industrial de Villamediana. Como esas en las que de mocetes nos sacaban del aula para visitar alguna fábrica y conocer en directo cómo se hacían galletas de chocolate o se anillaban cuadernos con las ... hojas cuadriculadas y tapas de colores. Te ponían en fila con la orden de no molestar a los operarios y durante unos minutos recorrías fascinado un universo desconocido que olía a azúcar o celulosa. En el caso de Riofarco, todo es menos vistoso pero mucho más excitante. En vez de bollitos o libretas, en la nave se acumulan medicamentos que distribuyen a cientos de farmacias. El catálogo de referencias es ingente y el robot que extrae cada envase de los anaqueles para armar como por arte de magia miles de pedidos, descomunal. Sin embargo, la joya del almacén está metida en unos botecitos casi transparentes y pequeños como dedales. Son los viales de las vacunas contra el COVID. Muchos recalan desde el aeropuerto de Vitoria custodiados en unas anodinas cajas blancas que ejercen también como neveras. Cuando se desprecintan sale vapor del frío que traen, e inmediatamente se introducen en un ultracongelador hasta que poco después acaban en brazos riojanos. Los directivos de la cooperativa recuerdan que cuando llegó la primera remesa se hizo un silencio de emoción. No es de extrañar. Hasta el más descreído antivacunas quedaría mudo al conocer in situ cómo llegan, lo que cuestan, cuánto se miman, a quiénes protege. La excursión hasta Villamediana parece corta, pero puede costar una vida.
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