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Escribo en Davis, una ciudad californiana de 68.000 habitantes que acoge a los 35.415 alumnos matriculados en una de las cinco primeras universidades públicas de EEUU y de las diecisiete del planeta. Extrapolando a la realidad riojana, ¿imaginan las francachelas, botellones multitudinarios, « ... barras», alborotos, vomitonas y meadas en la vía pública que pueden organizar semanalmente treinta y cinco mil estudiantes en una ciudad con incontables parques y zonas verdes que arrasar? Yo se lo digo: absolutamente ninguna. Varias razones explican este milagro. La más importante, que la edad mínima para consumir bebidas alcohólicas es de veintiún años. Sí, 21. A esta edad en España multitud de jóvenes llevan años emborrachándose los fines de semana sin que ni sus familias ni las autoridades pongan medios para evitarlo. Aquí, incluso siendo tú mayor te pregunta la cajera el año de nacimiento cuando compras una simple lata de cerveza que por ley no puedes ni llevar abierta por la calle.
Otro freno al consumo de alcohol es su elevado precio. Es difícil encontrar en el súper un botellín de cerveza por menos de 1,50 dólares (1,30 euros), y los licores y hasta el vino son prohibitivos para los estudiantes. Los cuales, en fin, disponen de un campus sobrado de campos de deporte, canchas, piscinas, gimnasios y 140 kilómetros de carril bici extendido por la ciudad por los que circulan en 22.000 bicicletas. Por el contrario, no hay ni una discoteca y los establecimientos que sirven alcohol deben trincar a las dos de la madrugada. Todo parece indicar que aquí los estudiantes vienen a estudiar.
Sé que en una región con nombre de vino donde huelga ensalzar la relevancia del sector vitivinícola y cuyo mayor reclamo turístico de su capital consiste en comer y beber a la intemperie en cuatro callejuelas, cualquier discurso restrictivo del consumo de alcohol resulta incómodo. Pero no podemos continuar quejándonos todos los días de las indeseables consecuencias individuales y sociales de la bebida, sobre todo en adolescentes y jóvenes, cuando no hay voluntad política ni social ni familiar de acabar con esta lacra.
Ya conocen una receta eficaz: prohibir el consumo de alcohol por la calle, elevar la edad mínima para adquirirlo -y que los municipales sancionen a los infractores con la misma eficacia que cuando les tocan el pito- y limitar el horario de los abrevaderos. Señoras y señores candidatos a gobernar esta Comunidad y sus ayuntamientos, ¿alguno de los partidos que los presentan piensa hincarle el diente de una vez a esta vergüenza o seguiremos considerando de «excepcional interés público» cosas como los festejos bernabeos de 2021 y empeñando los mayores esfuerzos institucionales en otras como enterrar de una vez a un ferrocarril moribundo? Digo.
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