La reunión de tres horas y tres cuartos por videoconferencia entre el presidente de EE UU Joe Biden y su homólogo chino Xi Jinping cumplió con el propósito de contener momentáneamente la escalada de la tensión protagonizada por Washington y Pekín en el ámbito comercial, ... en el tecnológico e incluso en el militar. Aunque las informaciones sobre el encuentro permiten concluir que las diferencias persisten y que los dirigentes de las dos grandes potencias no han establecido mecanismos específicos para su superación. Biden expuso su objetivo de prevenir que el desencuentro desemboque en «un conflicto, intencionado o no», proponiendo a Xi identificar de manera clara y honesta los desacuerdos para «colaborar donde nuestros intereses coinciden». El riesgo de que el pulso entre China y EE UU se descontrole está focalizado en Taiwán y el estrecho de Formosa. La presencia creciente de fuerzas de ambos países en la zona podría acabar detonando el conflicto con el trasfondo de las aspiraciones independentistas de aquella isla frente a la soberanía que Pekín trata de ejercer sobre la suerte de los taiwaneses. Aunque para el medio plazo pesa el rearme nuclear de China y el desarrollo y tecnificación de su industria bélica que, de continuar así, incrementará el gasto militar de los países concernidos por la amenaza en la región, incluyendo a EE UU y también a Francia.

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Por otra parte, es de temer que los «intereses coincidentes» entre las dos potencias sean aquellos en los que ambas diverjan de manera más o menos acusada respecto a las necesidades del resto del mundo. Así ocurre con su común renuencia a afrontar con mayor celeridad la emergencia climática, y en esa medida con el horizonte energético que haga posible y sostenible el crecimiento de las demás economías. China compite en el mercado global en condiciones ventajosas porque ni sus reglas internas ni las pautas que sigue en su expansión se corresponden a las de los países democráticos. De modo que toda complicidad con EE UU de la que no sea partícipe la Unión Europea, entre otros, acabará concediendo aun mayor ventaja al capitalismo de Estado de Xi Jinping, aunque evite lo peor. Mientras su reunión con Biden no abra camino a la convergencia china con un mundo regulado por normas compartidas, continuará latente esta 'nueva guerra fría'. La refracción del régimen de Pekín a la vindicación de los derechos humanos en Tíbet, Xinjiang y Hong Kong será la medida de la disposición de China al cambio.

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