El tiempo no se detiene, ya se sabe, fluye, confluye y nos envuelve, y nos deja siempre con la sensación de estar inmersos en un flujo sin aristas que no somos capaces de aligerar, y a veces nos atrapa como un manto de piedra de ... horas inconclusas, y otras cabalga desbocado en prados de semanas, meses y ya años. Somos tiempo presente con el pasado enganchado en la memoria y el futuro incierto que es bruma, brisa, una incierta realidad que tarde o temprano llegará. Tiempo como música, cargado de silencios y armonía, como cantaba el poeta a Simonetta Vespucci «...por tu delicadeza la tarde se hizo lágrima, funeral oración, música detenida».
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Pero en ocasiones jugamos con el amago de parar el tiempo, dejarlo en suspenso, como hicieron en el pueblo serrano de Brieva de Cameros donde se les ocurrió encapsularlo en una caja metálica que enterraron en algún rincón de la villa. Esa mañana se reunieron varios vecinos y cada uno trajo algún objeto para introducirlo en la Cápsula del Tiempo: unas fotos de una carrera contra la ELA, unas instantáneas del abuelo, otras de una tarde en el río en las fiestas de verano. Un vecino trajo una cassette de Leonard Cohen y otro metió una carta escrita con mano trémula a su yo que no será, porque está previsto que la caja se abra el día 1 de agosto de 2100. Un tiempo aislado el de Brieva como ese homenaje al tiempo detenido que es la Cápsula de las letras que descansa en el Instituto Cervantes de Madrid, un lugar que fue banco y ahora alberga legados de escritores y artistas. Unos dejan su mensaje por un tiempo y otros, como el legado In Memoriam de Gabriel García Márquez, un puñado de la tierra de la casa del colombiano en Aracataca, se custodiará para siempre ya que no se ha dejado fecha de apertura.
El tiempo se detiene también en la hornacina del olvido, como en las fotografías antiguas que guardamos en cajas de cartón, con caras desconocidas que nos miran sonrientes y lejanas cuando ya no tenemos a quién preguntar por sus nombres, atrapadas en el tiempo cristalizado del daguerrotipo y la desmemoria. Igual que esos panteones abandonados que vemos en el cementerio, atacados por las raíces impacientes de los cipreses mientras esperan y envejecen con las fotografías cuarteadas sobre las lápidas y las fechas olvidadas de otras vidas. O el reloj de pared que cuidaba el abuelo y le daba cuerda por las noches y se quedó parado entre silencios en una hora imprecisa de la madrugada.
La humanidad (los americanos en nuestro nombre) también lanzamos otra cápsula, la sonda espacial Voayager2 que ha estado los últimos decenios vagando por el ancho universo y que ahora, al parecer, se ha estropeado. En ella, como los de Brieva, también se enviaron muestras de nuestra civilización en un viaje incierto hacia el confín de las galaxias. Ahora la máquina nos envía unas señales sin sentido. Es posible que el tiempo se haya detenido donde quiera que esté la sonda. Es posible que allí no suene la música. Es posible que, hasta allí, a miles de millones de kilómetros de la Tierra, llegue el olvido, el tiempo detenido. Mientras, las estrellas siguen viajando y muriendo, en un tiempo imparable, en un espacio infinito.
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