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El otro día por la mañana, cuando iba a trabajar por la circunvalación y veía el reguero de luces rojas de los coches que me precedían, pensé en los millones de personas que, como yo, a esas horas tempranas acudíamos a nuestras obligaciones oyendo la ... radio. Imaginé similar espectáculo de luces en Madrid, Barcelona, Haro o Dos Hermanas. Gente responsable que madruga, atiende a sus familias y se encamina más o menos puntual a sus empresas, a sus oficinas, a los establecimientos en los que empeña la mayor parte de sus horas.
Ese día en las noticias comentaron que la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE) había elegido la palabra polarización como el vocablo del 2023. La palabra significa orientar entre dos direcciones contrapuestas, pero ahora se ha cargado de un sentido más hostil y agresivo. Como si tuviéramos que estar enfrentados, permanentemente enfadados. Y esta situación me hizo pensar que, en realidad, siempre hemos estado un poco polarizados, aunque antes, de una manera u otra, encontrábamos un camino para encontrar una salida.
Cuando éramos chavales estaba quien era fanático de los bollitos de Bimbo Bony y otros del Tigretón, pero siempre había algún sofisticado en el patio que llevaba Phosquitos al recreo; o al ir a jugar, unos teníamos los aguerridos Geyperman, que casi doblaban en altura a los estilizados y un poco señoritos Madelman, hasta que llegaba Juan, que había estado de vacaciones en Europa (cuando eso era poco menos que el fin del mundo) y nos enseñaba los G.I. Joe con sus complementos fascinantes de pistolas de plata. O los había que disfrutaban con los Click (ahora Playmobil) frente a los Airgam Boys, y cada uno estaba tan contento hasta que venía el vecino, hijo de unos daneses inmigrantes (cuando ser danés inmigrante era signo de modernidad) y nos enseñaba unos muñecos sin muchos detalles pero que envidiábamos que se llamaban Små Nisser.
Madrid o Barcelona (o Betis, en el que ahora milito y en el que jugó el abuelo de mis hijos, el mítico Irizar); carne o pescado (u hortalizas); vino o cerveza (o refrescante agua); blanco o negro (o el glamuroso gris antracita); playa o montaña (o el poyo junto a la ermita de mi pueblo); SER o COPE (o KissFm, que emite música de mi época). Siempre la polarización, siempre otra opción. En medio del medio atasco al dejar la circunvalación hacia la Estrella y mientras unos y otros vamos dejando que los demás se reincorporen a nuestro carril como una metáfora silenciosa, pienso en los millones de personas que vamos a trabajar disciplinadamente oyendo la radio. Entre diales y reproches, gritos en infundios parece que nos empujan a ese posicionamiento extremo, conmigo o contra mí, sin otras opciones u otras alternativas. Y entre el sueño de la mañana y las luces rojas, a mí lo que me gustaría es que cuando nos hablen de fruta sea para recomendar su consumo por los beneficios que tiene para una dieta equilibrada y el tránsito intestinal. Que al final un estreñimiento crónico no es cosa de risa.
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