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Rob Riemen me descubrió en su libro 'El arte de ser humanos', al poeta austriaco Karl Krauss, que vivió en esa época convulsa y peligrosa de comienzo del siglo XX. El poeta y pensador entendía la necesidad del lenguaje, de las palabras para llegar a ... la verdad. Y que en consecuencia, que cuando las palabras, el lenguaje y sus significados se banalizan y se les usa en el tráfago de la charlatanería, de los lugares comunes y los lemas acuñados por la demagogia, terminan atrapadas por la mentira y la propaganda. Cuando las palabras se dejan atrapar por la melaza de la mentira y la tergiversación, todo está en el aire, pensaba, y los valores en los que nos apoyamos como sociedad se ven en entredicho porque en esa situación, nadie puede saber qué es el amor, la libertad, la empatía o el respeto. En el último número de la revista que dirigía, Die Fackel, publicó un poema que culminó con el verso «El verbo expiró mientras ese mundo despertaba». El mundo al que el poeta austriaco se refería, no hace ni cien años, comenzó el 1933 de la mano de un proceso aparentemente democrático y luego vino lo que todo el mundo sabe y casi nadie cuestiona. Antes que Krauss, Platón en sus diálogos dejó dicho que «adorno para la ciudad es la abundancia de buenos hombres, para el cuerpo la belleza, para las palabras la verdad». El lenguaje es una herramienta y puede convertirse en un arma con más contundencia y peligro que las convencionales. Con las palabras se puede destruir.
Por eso es importante y cada vez más acuciante que cuidemos las palabras y su uso, y que sepamos realmente que si decimos cereza, pero el que nos oye piensa en ciruela; o cuando otro que dice que os dará una flor, pero nos está amenazando con un martillo, estamos ante un peligro evidente. El ruido que oímos a diario, la trifulca que nos invade en cuanto encendemos televisiones, redes o radios no debería impedir que cuando alguien nos apela a la libertad no sea que nos invita a hacer lo que queramos, porque la libertad lleva implícitos los límites del que tenemos enfrente; que si nos empujan a la bronca no pretendan engañarnos diciendo que eso a lo que asistimos es un debate, porque la confrontación de ideas poco tiene que ver con los exabruptos y gritos que leemos en X.
Ni Krauss ni Platón vivieron en una sociedad esclava de las redes y la información, y la propaganda maliciosa que ellos denunciaron nada tiene que ver con lo que en esta época que vivimos nos rodea y nos aturde. Pero es nuestra responsabilidad volver a tomar el control de las palabras que oímos. Y ser capaces de diferenciar la verdad de la mentira. La paja del ruido de la mies de los hechos.
Como hoy la cosa va de palabras, libros y citas, permítame recomendarle una (otra) historia de la Guerra Civil: 'La península de las casas vacías', de David Uclés. Una novela madura escrita por un joven de treinta y cuatro años aderezada con un léxico riquísimo, una técnica impecable y un equilibrio honrado. Todo regado con un realismo mágico que vuelve cuando recordamos que Gabriel se fue. Palabras. Palabras de verdad.
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