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Son mentiras. Ahora les decimos bulos y fake news, los más barrocos les denominan narrativas de la desinformación, pero son las mismas mentiras que nos reprochaba nuestra madre con la zapatilla en la mano, o a las que hace referencia el octavo mandamiento para impedir ... difundir falsos testimonios. Lo difícil ahora es discernir la verdad entre tanta mentira que cae sobre todos como un aluvión, y la proliferación de redes sociales y canales alternativos no hacen sino incrementar exponencialmente el volumen de esa maraña. Si alguien lanza una falacia, combatirla y descubrir la verdad es, cada vez más, un trabajo hercúleo. El problema son los recursos y esfuerzos materiales, personales y de tiempo que se emplean para combatir esta avalancha de lodo y mentiras. Esa lucha la mantienen instituciones como la Unión Europea, que combate en diferentes frentes para proteger la democracia, la libertad de información y la limpieza en los procesos electorales amenazados por las injerencias basadas en los bulos. Empeño que también desarrollan los medios de comunicación tradicionales. En esta situación, la batalla por proteger la verdad, como el lema de un anuncio que decía «frente al bulo, el rigor», aparece desproporcionada y casi perdida. Porque la verdad es una, pero ahora mismo no parece tarea fácil encontrarla entre los miles, millones de voces que claman en las redes sociales. Porque en contra de lo que dijo Elon Musk cuando ganaron las elecciones en EE UU, los medios no somos nosotros. Nosotros tenemos la responsabilidad de encontrar y valorar los auténticos Medios, las fuentes fidedignas y acreditadas para llegar a esa verdad. Sin bulos, narrativas alternativas ni mentiras. El problema es que, como además nos hemos entrenado en el scroll y en el pasar las páginas con un mero gesto de nuestros dedos, nos quedamos con los titulares y de esas briznas hacemos la rama de nuestras verdades. Cualquiera puede lanzar a la riada de opiniones que yo maté a Kennedy, y de nada valdría por mi parte que me molestara en sacar mi partida de nacimiento donde, de forma incontestable, se pudiera probar que en 1963 yo no era ni un mal sueño en la mente del Demiurgo. Alguien puede decir impunemente que usted se llevó, por ejemplo, unos miles de euros de la cuenta de la empresa que trabaja, o que abandonó a sus hijos, o que un día apaleó a un inmigrante. Si lo difunden por las redes, en poco tiempo usted sería objeto del escarnio o de la exclusión social. La mentira campa impune, y lo hemos visto en Estados Unidos, con haitianos comiendo gatos y pedófilos en pizzerías; en Inglaterra con el Brexit y los millones de libras enviados a la UE o el peligro de la inmigración; y ahora en nuestra triste experiencia de la DANA con los cientos de cadáveres en no sé qué garaje inmenso, el colapso de una presa o una invasión de okupas. Las grandes mentiras estratégicas y las mentiras de patio de vecinos o de colegio, que esa es otra. No hace tanto quien mentía y se le pillaba, era apartado, cesado o dimitía y tenía un cierto reproche social y la vergüenza del que ha mentido, y sin embargo ahora se vuelve y te dice; «...y qué?» o «la tierra es plana» o «el covid es un montaje de Bill Gates».
Por cierto. Yo no tuve nada que ver con lo de Kennedy. Palabra, no vaya a ser que mi madre saque la zapatilla.
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