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Hoy que es el día de los regalos (uno de ellos, que Papá Noel y el de la txapela siempre se les adelantan a los de los de Oriente), en el día que tendremos salones y pasillos alfombrados con papeles de vivos colores y corbatas ... innecesarias, y teléfonos móviles que quizás haya que clausurar en breve porque nos están robando la paz y el tiempo, y esa colonia que no nos gusta pero sí el modelo musculado que lo anunciaba insinuante, este seis de enero que nos traerá a algunos el recuerdo de otras navidades y otros reyes con sabor a roscón y sorpresa, hoy les confieso que de un tiempo a esta parte lo que más me gusta regalar a familiares y amigos son libros y vino.
Los libros y el vino son tiempo en especie, una ofrenda de esos momentos que precisamos para parar, reparar y aprender, o descansar, o simplemente para refugiarnos o encontrar esa compañía que el diario barullo y la soledad que lleva sibilinamente entreverada nos arrebata. Yo regalo el libro que he leído, el que me ha repercutido, y le doy a quien se lo entrego un poco del placer que yo experimenté. El vino, igualmente, es tiempo y tradición, una cultura que tenemos que cuidar y compartir, en esta tierra con nombre de néctar que dice la publicidad institucional. Regalemos vino y pongamos en valor nuestro acervo enológico, que ya no somos los únicos que lo elaboramos bien y esa soberbia medio chovinista está ya un poco desfasada.
Y como no me llega para regalárselos a todos, les voy a recomendar dos títulos que he leído en el año que acabamos de cerrar y que me han conmovido. 'Hamnet', de Maggie O'Farrell, una escritora irlandesa que nos trae una historia delicada de puro realismo mágico, sobre la familia y los dramas vitales de Shakespeare. Por otro lado, 'Un caballero en Moscú', del escritor americano Amor Towles y que me descubrió mi mujer el pasado verano. La historia del aristócrata ruso conde Aleksandr Ilich Rostov, al que los revolucionarios soviéticos le conmutan la pena capital por un confinamiento indefinido en el hotel Metropol. Háganme caso. Son dos maravillas.
También regalo vino. No soy un experto, no paso del «me gusta o no me gusta», pero entiendo que regalar una botella es un ejercicio de generosidad y de dedicación cuando pensamos a quién se la vamos a entregar, y que la abrirá en un momento especial con su familia, con su pareja, con su propio deleite. A través de esos tres cuartos de litro entregamos muchos días, varios años de un silencioso proceso en que el mosto original se ha transformado en ese crianza, en ese blanco seco, en ese reserva que atesora matices, olores y sentimiento. No soy experto y siempre he sido de los de tempranillo y poco más, pero gracias a mi amigo Guillermo, que sabe entre otras muchísimas cosas de vinos, me he aficionado a la garnacha de las bodegas La Montesa y La Vanidosa.
En unas horas los operarios de la limpieza recogerán de los contenedores cientos de cajas de cartón, de regalos y de ilusiones consumidas. Yo pensaré de nuevo en regalar libros y vino. Tiempo, placer y silencio.
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