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En estos tiempos de máximo volumen de información de todo lo que sucede en el planeta, con una inmediatez casi en segundos, me ha llamado la atención la noticia de una exposición que se ha presentado en la Biblioteca Nacional titulada Malos libros: la censura ... en la España moderna. Un recorrido desde el siglo XV hasta el siglo XIX en el que se recorre la historia de la censura como método para impedir la discrepancia y el pensar por libre en lo religioso y en lo político. La forma eficaz que el poder (Estado, Iglesia...) siempre se ha tenido para controlar voluntades y pensamientos, con la amenaza del ostracismo o, en otros tiempos no tan lejanos, la tortura y hasta la muerte.
Unos índices de libros prohibidos que en todas las épocas se han elaborado con aplicada saña para apartar aquellos títulos que se suponían peligrosos para el status quo y que cercenaban con ensañamiento la libertad de unos y otras durante siglos. Ellos, los censores, pretendían pensar por todos los demás y categorizaban el peligro de tal o cual obra, de tal o cual opúsculo, empeñando las horas en mancillar, como se puede ver en la exposición, páginas y más páginas con los cuatro dedos de la intolerancia embadurnados de pintura que destruían una reflexión, un anhelo, los pensamientos o sentimientos de un poeta olvidado en una buhardilla.
Leemos para tener opinión propia, para ser libres, para equivocarnos o acertar, leemos para crear conciencia cívica y personas completas. El conocimiento es una herramienta de transformación social y nos ayuda a ser conscientes de los valores democráticos que nos hemos dado. Con la censura se limitan voluntades y se obstruye la libertad de criterio, y ahora que no existe oficialmente (en nuestro idílico mundo occidental, donde vivimos una mullida realidad paralela) se aparece no obstante con diversos ropajes que engañan o disimulan su poder omnímodo: las fake news, que no hacen sino anegar de información falsa el entorno y dificultan saber realmente qué es verdad y qué es mentira; la autocensura que nos imponemos o se imponen escritores, periodistas o artistas para no hablar o escribir sobre según qué temas por una engañosa y a veces interesada corrección política; la cancelación de eventos, obras o conciertos enarbolando un mantra o una consigna.
Al parecer la exposición, además de que seguirá con otras ediciones para abordar los mecanismos de censura del siglo XX, anima al espectador a reflexionar sobre esta pulsión secular de imponer a los demás determinados postulados. Hace no tanto los nazis quemaban libros en Alemania y en nuestro país, sin ir más lejos, hasta 1966 (dos años antes de que este Cronopio naciese, no en la época de los godos...) la Censura podía determinar si un libro se podía publicar o no. Imagínese: 'La Regenta', '1984', 'La Celestina', 'Crimen y Castigo', Pérez Galdós... Un sindios, ya le digo. Que no me place, que diría el cura al barbero en el patio de Don Quijote, atribulados censores siempre impulsados por buenas y sacrosantas razones.
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