Hace unos días vi una entrevista a José María Pou con ocasión del estreno de su última obra de teatro, 'El Padre', en la que se trata del paso del tiempo y de la desmemoria. El enorme actor (en lo físico y aún más en ... lo artístico) reflexionaba sobre el valor de la cultura y la utilidad de cuidarla y cultivarla. Pou está convencido de que con la educación y con los saberes se trata, al fin y al cabo, de proporcionar respuestas a las grades preguntas que desde el inicio de la humanidad se han planteado. Pero también, y quizás eso sea un reto en sí mismo, gracias a la cultura nos hacemos preguntas para obligarnos a encontrar las respuestas. Lo que no siempre es fácil. Y que gracias a nuestro acervo, nos pertrechamos para las diversas fases de la vida con recursos valiosos para seguir creciendo como personas. Leer o releer un libro, ver una película o volver a deleitarnos con una canción o una sinfonía, se convierte en la paradójica belleza de lo aparentemente inútil.
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Esa entrevista me recordó una escena de 'Lugares Comunes', la película de Adolfo Aristarain en la que Federico Luppi, (cigarro en mano dando reflexivas caladas) les hace un alegato sobre la enseñanza a sus alumnos, próximos maestros. Les conmina a que se planteen como meta enseñar a pensar a sus futuros pupilos, a que se hagan preguntas, a que luchen por encontrar las respuestas. Como decía Pou, esas preguntas que se han venido repitiendo desde los grandes filósofos desde la antigüedad: qué, quién, cómo, por qué. El gran Luppi, con su acento porteño fascinante, les encomienda que despierten en sus alumnos el dolor de la lucidez, sin límites. Sin piedad.
En todo eso pensaba yo ayer cuando paseaba con Sua por la calle Ciriaco Garrido donde, en el solar que ha quedado en el antiguo patio de los Maristas, están construyendo un edificio nuevo junto a lo que era el polideportivo. En menos de tres meses ya han elevado cuatro plantas de la construcción. Pensaba en la similitud con lo que contaban Pou y Luppi. Primero hicieron los cimientos que se hunden en la tierra y soportarán luego toda la carga. Y poco a poco, semana a semana van elevando una planta y otra, a base de hormigón que mantienen con andamios y encofrados hasta que fragua y entonces está listo para elevar otro piso. Y por dentro, entre las vallas y los andamios, se pueden ver ya las incipientes estructuras de las escaleras, de los pasillos, de cada estancia que más tarde serán espacios habitables. Entendí, ante la mirada curiosa de Sua, que en igual medida precisamos ir elevando el edificio de nuestra humanidad. Ir construyéndolo con fundamentos sólidos y luego añadir pisos y rincones habitables. Y cuando la casa esté terminada poder hacer otro esfuerzo y no dejar las habitaciones vacías, sino llenarlas de muebles y adornos. Mientras sigo decorando la mía, a ver si viene don José María Pou por Logroño y me acerco al Teatro Bretón para poner en mi alma el adorno de su elocuencia y su arte. Y vuelvo a Lugares comunes. Al reconfortante dolor de la lucidez.
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