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Los pasados días 9 y 10 de marzo ha tenido lugar en Madrid el II Congreso 'Iglesia y sociedad democrática' con el tema 'El mundo que viene'. Se trata de una iniciativa de la Iglesia católica, pero no de curas para curas, sino de hombres ... y mujeres cristianos para el progreso de nuestra sociedad justo hoy, en el momento histórico que nos toca protagonizar.
El cardenal Omella y el presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, Manuel Pizarro, ofrecieron 'Dos miradas al mundo que viene': la de la Iglesia y la de la democracia. Nuestro antiguo obispo dijo que «los pilares de Occidente y de los derechos humanos son profundamente cristianos. Son cuatro los únicos puntos objeto de fricción: la visión católica del ser humano, la moralidad sexual, la identidad y la misión de la mujer en la sociedad y la defensa de la familia formada por el matrimonio entre hombre y mujer (...). Podemos pensar diferente sin tener que ser atacados. Todos merecemos respeto». Por su parte, Manuel Pizarro manifestó que «el desarrollo humano integral supone la libertad responsable de la persona y de los pueblos y que ninguna estructura puede garantizar dicho desarrollo desde fuera y por encima de la responsabilidad humana».
La ministra de Trabajo Yolanda Díaz presentó 'on line' la mesa redonda 'La nueva economía y el futuro del trabajo', y citó a Pablo VI para advertir de «los riesgos de un orden económico que no ponga en el centro a la persona». Intervinieron también el vicepresidente de la CEOE, el secretario General de UGT y el obispo de Bilbao, que es economista.
También llamó mi atención el diálogo sobre 'El papel de la educación en la sociedad que viene'. El saludo (también telemático) corrió a cargo de la ministra del ramo, Pilar Alegría, y asistieron como contertulios el secretario de Estado para la Educación y la pedagoga Carmen Pellicer. El secretario de Estado señaló la dificultad de lograr un pacto para la Educación cuando las posiciones son tan dispares, pero reconoció que, «si renunciamos al ideal de lograr unanimidades, se podría avanzar algo integrando la fijación de unas condiciones mínimas –que todos debiéramos compartir– en un espacio de libertad para que cada uno pueda crecer de una manera u otra».
Otro coloquio que me pareció especialmente apasionante tuvo como título 'Hacia dónde camina la política'. Luis Javier Argüello, secretario de la Conferencia Episcopal, comenzó agradeciendo el trabajo de los políticos a pesar de sus desaciertos. Apuntó lo «muy sometida que está la política a las leyes de propaganda» y cuánto dificulta esto realizar el trabajo. Reconoció que el bien común global tiene que ver con el ideal de las cosas que tiene cada uno y con el derecho; que es posible alcanzar la verdad del bien; que el poder es una pasión que tiene facilidad para corromperse, motivo por el cual necesita mecanismos de control y separación de poderes. La ministra de Defensa, Margarita Robles, hizo una apuesta por una política con mayúsculas, la que, según ella, piensa en la ciudadanía más que en las siglas o en atacar al adversario.
A este respecto, el alcalde de Madrid, señor Almeida, alegó que cabe distinguir entre la política como actividad profesional parecida a otras profesiones, muy digna en sí misma y que nos interpela a todos, y los políticos, quienes con frecuencia no dan la talla ni se sientan a hablar entre sí para aportar tranquilidad a los ciudadanos mediante la resolución de sus problemas. El diputado de Vox Francisco José Contreras reivindicó el derecho a pensar distinto y poder expresarse aunque no se esté de acuerdo ni en lo fundamental, sobre todo cuando «lo llamado fundamental –dijo– es un desastre», y aprovechó a mencionar que Benedicto XVI ya recordó que el bien común es el cuarto bien irrenunciable para los católicos en política. Los otros tres eran: el derecho a la vida desde la concepción a la muerte natural; la defensa de la familia basada en el matrimonio entre hombre y mujer (contraria, entre otros, a la individualización de la reproducción y a los vientres de alquiler); y la libertad de educación de los padres.
Las preguntas que, a mi entender, se quedaron en el aire para que cada cual piense una respuesta, son estas:
1- ¿No sería imprescindible dar más margen a la ética que al emotivismo y al marketing político en el debate por concretar el bien que se quiere preservar con cada ley?
2- ¿Se puede reconocer el bien y el mal concreto que difunden los partidos políticos y sus cargos a través de las leyes que aprueban, para secundarlo o rechazarlo sin desatender la diversidad y la equidad?
Termino con las palabras del papa Francisco en su última alocución a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Son de rabiosa actualidad: «De una crisis no se sale igual a como se entró. O salimos mejores o salimos peores». Dicho queda.
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