Durante el año de 1996, recorrimos cincuenta años de poesía en La Rioja a través de un guion elaborado para la puesta en marcha de un recital poético. El recital se dio a conocer en diferentes localidades riojanas con el título de 'Salvados de la ... tierra. Poesía en La Rioja, 1950-1996'. Concha Mateos puso la voz a los poemas y José Luis Cervantes la música del piano. Intentamos divulgar los más relevantes hechos literarios que fueron formando un determinado ambiente poético en cada una de las décadas riojanas tratadas y, sobre todo, en una ciudad-capital de provincias, como lo fue Logroño hasta, al menos, inicios de los años 80 del siglo XX. Con él, con el recital, se podían percibir también las diferencias en temas, elección de métrica o tonos poéticos que con el paso del tiempo se fueron produciendo desde la década de los años 50 hasta mitad de los años 90.
El 'Salvados de la tierra' se hizo a través de una selección de poetas y poemas que, como decimos, abarcaba prácticamente toda la segunda mitad del siglo XX. Situamos a cada poeta en su correspondiente década, y a la lectura musicada de sus poemas le precedía un breve relato de los acontecimientos poéticos más importantes acaecidos durante este medio siglo que dividimos en sus cinco décadas. Comenzamos en 1950 porque solo a partir de esta fecha comienza a haber un hilo conductor de manifestaciones poéticas en La Rioja que fueron plasmándose en sucesivas revistas literarias.
Para el periodo que va de 1950 a 1980, seguimos enteramente a Manuel de las Rivas en su estudio introductorio 'Treinta años en la poesía riojana: análisis y crónica', trabajo que se incluye en la 'Antología de poesía en La Rioja (1960-1986)', obra que editó en Logroño el Gobierno de La Rioja en 1986, con prólogo de J.M. Caballero Bonald y epílogo de Félix de Azúa. Prácticamente trasladamos al guion del recital sus palabras y, por qué no decirlo, en algunas ocasiones, también su gusto. Para hacer el recorrido de la historia de la poesía que va de 1980 a 1996 contamos con la colaboración de Alfonso Martínez Galilea, único editor entonces y excelente conocedor de poesía en La Rioja.
El panorama que dibujó en la antología, desde un ámbito lector acostumbrado a traspasar las vacuas codificaciones de poesía localista, es la imagen de un espejo personal
Las 'Eternidades precautorias' de Manuel de las Rivas es un breve texto dedicado al autor de la citada antología y lo hemos iniciado así porque aquel 'Salvados de la tierra' ya fue un homenaje al trabajo y al juicio analítico con que escribía Manuel de las Rivas, tanto en su obra poética como en sus crónicas periodísticas y en su obra ensayística, de la cual queremos mencionar aquí el escrito titulado 'La cultura riojana: pasado, presente y futuro', publicado por la Fundación Juan March en 1984. Recién creadas las autonomías, en él se hace un repaso al pasado cultural riojano y se acaba llamando la atención al buen funcionamiento de la política universitaria para que en la región se pudiera producir un radical giro cultural que no resucitara «el tono hagiográfico de beato simplismo, o de regionalismo barato, que ha impregnado tantas aventuras de pseudoinvestigación y pseudoerudición, a la búsqueda de glorias inexistentes».
En el afecto que siempre sentimos por Manuel (nunca me atreví a intentar refrescarle la divertida manera en que me dio a conocer 'Las Metamorfosis' de Ovidio y 'El Asno de Oro' de Apuleyo cuando era un pueblerino jovenzuelo y bajaba a mirar libros en los escaparates de la capital) queremos recordar el ejercicio investigativo y crítico con que está confeccionada esta antología, pues creo que a ella le debemos el haber podido ubicarnos y orientarnos dentro de un panorama poético que hasta entonces permanecía en la oscuridad.
Un ejercicio que, como los simulacros de Lucrecio, surge de una poesía dispersa en el tiempo, sin asideros generacionales que hubiesen podido favorecer el contacto entre poéticas de grupos más o menos homogéneos de escritores jóvenes. Una poesía que, como la propia obra de Manuel, a nuestros ojos despide ciertas emanaciones; unas, como el humo que sale de la leña y el calor que emite el fuego, difundidas libremente; otras, de trama más densa y tupida, como cuando en el estío las cigarras dejan sus delicadas túnicas. Un ejercicio como simulacro de simulacros poéticos, pues el panorama que Manuel de las Rivas dibujó en la antología, desde un ámbito lector acostumbrado a traspasar las «vacuas codificaciones de poesía localista», es la imagen de un espejo personal donde aparecen obras y autores unidos por el gusto personal de alguien que supo apreciar algunos delicados y secretos artefactos que, con forma poética de «eternidades precautorias», andaban ocultos en la historia de la literatura riojana.
Así como las emanaciones del humo o el calor se dispersan al manar de los cuerpos, así se fijó en esta compilación y se nos dio a conocer el espejo poético de un alma que había atravesado y había sabido leer e interpretar tres décadas de poesía en La Rioja: los años opacos de los 50, los traslúcidos de los 60 y la salida del túnel de los 70. Había rescatado así, siempre con el respeto o la precaución que impone la eternidad, la forma y el brillo poético del pasado que merece salvarse de la tierra: «Así como el sol, dice Lucrecio en De rerum natura, debe emitir en un instante muchos rayos para que el mundo esté continuamente inundado de luz, de modo semejante es necesario que en un momento las cosas envíen muchas imágenes, de muchas maneras y en todos los sentidos, ya que, en cualquier dirección que volvamos el espejo, las cosas se reflejan en él con su propia forma y color». En el reflejo de esas formas y esos colores, Manuel de las Rivas ocultaba su virtud.
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