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Poco importarían las acciones de los imbéciles si el estúpido sólo pudiera perjudicarse a sí mismo. Pero la estupidez es el arma humana más letal, la más devastadora epidemia, el más costoso lujo. Esto ya lo escribió Paul Tabori hace más de medio siglo. Lo ... he recordado viendo las imágenes de la manifestación negacionista del COVID-19 que tuvo lugar el domingo en Madrid. Es imposible no dejarse impresionar por las proclamas de esa multitud que niega lo evidente.
He leído que un manifestante acudió a Colón, tras realizarse una prueba PCR que, finalmente, ha dado positivo. A sus cuarenta años está a las puertas de la UCI. Ya saben que la justicia poética existe. Espero que, cuando mejore, recupere también la cordura. Solo tengo una duda, no está claro que la estupidez sea reversible una vez el proceso de contagio se ha iniciado. Los manifestantes protestaban contra la dictadura sanitaria, la opresión de la mascarilla y la vulneración de su libertad. No hay que ser un lince para advertir su ignorancia. En ninguna dictadura he visto que se autoricen las manifestaciones, ni creo que la libertad te la robe una mascarilla por mucho que fastidie. Vivir en sociedad conlleva reglas de respeto a los demás, solo en la selva impera el sálvese quien pueda. Uno de los predicadores de este movimiento es el cantante Miguel Bosé. Puede que tenga el corazón malherido, como el amante bandido, pero también esa parte del cerebro en la que se aloja la cordura y la sabiduría que nos regala la edad. He pensado estos días, ¡qué mal envejecen algunos! ¿Cuánta gente a la que admirábamos ha caído del pedestal en este tiempo negro? La decepción no amaina, lo que significa que el temporal social puede arrasar todo cuanto conocemos.
Los sanitarios, cercados ya por los rebrotes, deben estar perplejos y a punto de tirar batas, guantes y mascarillas al estercolero de la estupidez humana. Se preguntarán si merece la pena seguir en la trinchera cada día. Nunca buscaron nuestros aplausos sino nuestra sensatez. Mientras crecen los contagios y los muertos, el fantasma de un retroceso planea sobre nuestra propia responsabilidad colectiva. No podemos volver a empezar, hemos de pensar un poco en los demás, aparcar el egoísmo. Que tomen nota todos los gobiernos y todos los partidos. Hay mucha gente con miedo: miedo al virus y miedo a la miseria económica. De seguir así las cosas, en otoño sobrevendrá la hecatombe. Pasear las ciudades comienza a dar miedo, negocios cerrados y luces apagadas. El estado de ánimo de los españoles no mejora, la futura bonanza es asintomática. En esta península estamos rodeados de irresponsables por todos lados menos por el espacio que ocupan nuestros muertos, esos que algunos niegan. El costo de la estupidez es incalculable. Es urgente detener su avance.
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