Estrés hídrico

El problema se cierne sobre Europa (incluso los países nórdicos se sienten afectados y toman medidas como el cierre de fuentes urbanas, por ejemplo en Oslo, o racionamientos en Francia) y especialmente España, pasando de ser un fenómeno excepcional a algo frecuente que repercutirá en nuestra vida, aunque no seamos totalmente conscientes de ello.

Solo unas pinceladas ponen en evidencia su amplitud. El humedal de Doñana está seco según certifica el Consejo Superior de Investigaciones Científicas; incluso su laguna permanente más grande (Santa Olalla) es solo un charco, con las consecuencias para la vida que comporta. La reserva de agua de nuestros embalses ha descendido hasta el 31,4% y sigue bajando. Situación, pues, que debe contemplarse sin demora por sus graves efectos en la sostenibilidad de nuestro sistema de vida y generación de riqueza.

Las medidas de urgencia de racionamiento puntual de acceso al agua que comienzan a tomar algunas comunidades autónomas y municipios pueden apaciguar alguna conciencia a corto plazo, pero son solo un preludio de lo que llegará en los próximos años para la vida, economía, tensiones políticas ya existentes y migraciones humanas. La ausencia de lluvias es una causa natural, pero hay otras que podemos modificar como el probado exceso de consumo de agua para regadíos que deben redefinir su sostenibilidad, campos de golf o usos privados.

Apremia tomar conciencia colectivamente sobre la necesidad de cambiar los comportamientos de uso hídrico sostenible y la preservación de los recursos existentes en las cuencas hidrográficas, acuíferos y reservas. Será duro, pero si el problema del suministro del gas frente a un invierno próximo asusta, y es objeto de debate y negociación, es indudable que no hay vida sin reservas de agua ni sin su planificación estatal coherente, eficiente y responsable.