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La fugaz esperanza de que el nuevo Gobierno, tan difícilmente armado, iniciase una etapa de normalidad en la vida política, se ha esfumado en cuestión de segundos. Y es bastante lógico: sólo los más ingenuos podrían imaginarse que la bronca en que se desarrollaron las ... negociaciones para su formación iba a terminar con la toma de posesión protocolaria de un Ejecutivo -polémico, pero legítimo- y la entronización de una oposición decidida a ganarse en las cámaras el poder que las urnas y los pactos electorales le habían regateado.
El relax que se creó en torno a la necesidad hecha virtud para la aceptación del triunfo de la investidura de Pedro Sánchez terminó a punto ya de la asunción de funciones del amplio y plural elenco ministerial cuando se anunció que una de las primeras decisiones que adoptaría el Gobierno en su estreno sería proponer el traspaso, sin solución de continuidad, de la recién destituida ministra de Justicia, Dolores Delgado, a la presidencia de la Fiscalía General Estado, a quien los mal pensados atribuyen más flexibilidad de los fiscales en los pleitos contra el secesionismo catalán.
El ambiente era propicio para el escándalo sobre cualquier decisión del presidente y la reacción no se hizo esperar. Muchas opiniones de expertos y de la propia calle coincidieron en que, como poco, no era buena imagen la de tan aparente interrelación entre el Ejecutivo y el Judicial, dos poderes predestinados a convivir con independencia entre ellos. Pablo Casado, el líder el PP y 'jefe'de la oposición, no había acabado de prometer una oposición dura pero calmada, y ya anunció que saldría corriendo a presentar un recurso contra el nombramiento. Y nada digamos de las bravatas de los jerifaltes de Vox, encumbrados en su condición de tercer grupo parlamentario, que ya venían prometiendo que rechazarán e impugnarán cuanto se ponga por delante. El primer Consejo de Ministros, celebrado ayer, se desarrolló por lo tanto bajo el síndrome de una reyerta política y mediática que empañó sus propósitos de comenzar proporcionando noticias como el aumento de las pensiones, la actualización de los sueldos en la función pública y una próxima mejora del salario mínimo interprofesional.
Fue, sí, un comienzo poco prometedor; es decir, un comienzo que reafirma la creencia de que será una legislatura compleja: en el bordaje del conflicto catalán conforme a las promesas hechas a ERC, en el ajuste de las cuentas con Bruselas, las inversiones para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos y el sistema fiscal para conseguirlo, y las dificultades que supone amalgamar una coalición con la buena voluntad inicial de sus miembros y las diferencias e intereses que irán surgiendo.
Como no hay mal que por bien no venga -¿o es al contrario?- paradójicamente quizás el mejor antídoto contra las diferencias internas acabe siendo la bronca exterior que tanto se teme y tanto puede cohesionar a quienes más la sufren.
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