Irlanda del Norte alcanzó ayer el 23 aniversario de los Acuerdos de Paz de Viernes Santo después de doce noches consecutivas de violencia. Instigan los disturbios sectores protestantes que se dicen traicionados por el anexo al Pacto de Retirada de Reino Unido de la Unión Europea y los controles burocráticos fronterizos para evitar una línea de demarcación física en la isla. La rabia unionista tiene un destinatario bien definido: Boris Johnson y las mentiras con las que envolvió su obsesión por separarse de la UE sin preparar a los ciudadanos para las consecuencias. La tardanza del primer ministro en reaccionar ahora a la crisis avala la acusación de abandono, no solo a los leales a la Corona sino a todos los habitantes de Ulster. El estallido ha deparado una reacción reconfortante, la condena de la violencia por parte del Gobierno de poder compartido de Belfast. Pero es quizá el único aspecto positivo de unos altercados en los que se intuye la inspiración de delincuentes escindidos de grupos lealistas y se constata el inquietante protagonismo de menores. Las decenas de agentes heridos demuestran además que la Policía se ha visto sorprendida por la subida de temperatura en el polvorín norirlandés.
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