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CHUCHERÍAS Y QUINCALLA ·

Teri Sáenz

Logroño

Domingo, 4 de octubre 2020, 09:43

En una situación tan convulsa e incierta como la que sigue provocando el virus cunde una tendencia a rastrear culpables, detectar el error. Al igual que al sufrir un accidente lamentamos amargamente el estropicio del coche sin valorar que podría haber tenido consecuencias irreversibles, en ... la pandemia todos los focos apuntan a lo peor del escenario. No solo es comprensible, sino que obedece esa inclinación tan humana al fatalismo y la protesta en momentos críticos. Cuando España pierde sacamos al seleccionador que habita en nuestro interior; al opinar sobre cómo encarar una pandemia, cada uno somos una versión mejorada del Fernando Simón que todos los gobiernos dicen tener en su gabinete. El modo de formular el balance alimenta ese íntimo estado de alarma del que aún no nos hemos desquitado. El recuento diario acumula contagios, casos activos e ingresados. Muertos, sanciones y confinados. Antes de alumbrar la vacuna definitiva no estaría de más inocular no ya dosis de optimismo, sino de reconocimiento de lo que se está haciendo bien. Un territorio en el que se mueve la inmensa mayoría de la ciudadanía alejada (y hasta hastiada) de la guerra política en la que se maneja la batalla sanitaria contra el COVID. Aplaudir a los que nunca se quitan la mascarilla aunque les cueste respirar. Valorar a los chavales que sí mantienen las distancias. Levantar un monolito a los profesores y familias que están logrando que la vuelta al colegio no haya disparado la incidencia como se temía. En algún recoveco de la estadística se registrará algún día la ratio del compromiso.

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