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Cuando la naturaleza despierta te obsequia con sonidos asombrosos. El otro día, llegué a una zona del río Cidacos en la que bulliciosamente croaban las ranas. Al oírlas no pude evitar recordar la charca en la que Esperanza Aguirre reinaba y las ranas eran miembros ... destacados de su gobierno. Y es que, no les engaño, a través de mis auriculares brotó la voz de Esperanza charlando animadamente con el comisario Villarejo sobre sus ranas. Se me apareció Humphrey Borgart interpretando al astuto Philip Marlowe en El sueño eterno apostillando: «General(a) ese sí que es un choricete», en vez de su estimulante: «General, vigile a su hija: ha intentado sentarse sobre mis rodillas cuando yo aún estaba de pie».
El día anterior el comisario Villarejo habló de la «libretita» del «cabrón» (Bárcenas) y al día siguiente, con su voz ronca, dejó claro al secretario de Estado de Seguridad del ministro Jorge Fernández Díaz que se iba a montar «un chocho» cuando filtrara la existencia de una cuenta «falsa» de los Pujol en Suiza. Están muertos, concluyó. ¡Qué escalofrío! ¡Dónde va a parar!, Villarejo mucho más expresivo y sutil que Bogart, lo hemos entendido todo sin necesidad de subtítulos. No hay cosa mejor que la taimada naturalidad.
Gracias al comisario Villarejo he llegado a la conclusión de que ser espía está sobrevalorado por el cine. Somos rehenes de esos peliculones en los que cada superagente nos libera de una organización criminal malísima, de una bomba de plutonio o de cualquier hecatombe imaginable. Claro que en las pelis los guapos espías no están obligados a pedir órdenes judiciales para espiar a los malos ni permiso para soltarle una tanda de mandobles al malvado enemigo de la humanidad. Es imposible imaginar a nuestros agentes 007 Sean Connery, Roger Moore, Pierce Brosnan o Daniel Craig ni tampoco a Tom Cruise (Ethan Hunt) haciendo trámites administrativos para salvar al mundo. Claro que si tuvieran que obtener licencia se acaba la película y aun no ha llegado la resolución judicial. Y es que la legislación vigente no cabe en las películas pero sí en la democracia. Ya sabemos desde el primer fotograma que si los pillan en un renuncio no existen porque las cloacas son como el pasado que muchos quieren olvidar cuando pone en peligro sus planes.
Hay quienes viven en el remoto pasado, supuestamente glorioso y les da urticaria el pasado reciente, como si la historia consistiera en borrar lo que no nos gusta. Abrir la ventana del pasado permite evitar errores que jamás deben repetirse. Alguien, no sabemos por qué, ha querido mostrar al público esta cloaca de cine. Siendo muy peliculera reconozco que me iría del brazo de Daniel Craig como la reina Isabel II se fue a los Juegos Olímpicos, pero en el cine todo es mentira mientras que aquí sabemos que todo es verdad.
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