El espejo de Sofonisba
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«Sofonisba era una retratista, de otros y de ella misma, realmente asombrosa»Sofonisba ha regresado a España, al Prado. Hace nueve años y un par de ordenadores me llamaron para escribir un guión cinematográfico sobre la pintora italiana Sofonisba Anguissola. Pero el proyecto, una coproducción europea -entraban productoras importantes, incluida una española-, al final no salió. No ... por mí, que urdí un argumento. Que gustó, por cierto. Y me ilusioné, desde luego, con Sofonisba, pues era fascinante. Diez folios conservo que -vueltos a leer esta mañana- me he dicho: pues aquí había una película, hombre, qué pena. Con el tiempo -esto es así- las cosas que haces y no salen son en número muy superior a las que salen. Pero siempre queda algo.
Guardo de aquello -además de conocerla a ella- el recuerdo de una primera y única reunión en Madrid con el coproductor español; de una extraña llamada casi de madrugada, en inglés-alemán, de alguien que nunca supe bien si iba a ser el director o uno de los coproductores, llamada de la que deduje que ya en los prolegómenos la cosa se estaba complicando a la europea; y de recibir un día en casa -en un envío de amazon- un libro sobre Sofonisba, uno de los muy pocos, si no el primero o el único que debía entonces existir sobre el personaje: Sofonisba Anguissola: The First Great Woman Artist of the Renaissance (La primera Gran Mujer Artista del Renacimiento). No sé quién me lo enviaba. Su autora era otra mujer, Ilya Sandra Perlingieri. Lo había editado, exquisitamente, la Rizzoli de Nueva York, en julio de 1992, y estaba dedicado de puño y letra por Perlingieri a otra mujer con un nombre también lírico, literario, como coetáneo de Sofonisba: «Para Filomena, con mis mejores deseos».
Quien me lo enviara, que no lo sé, lo debió hacer para que yo tuviera información sobre el personaje. Tras aquella Filomena, su primera destinataria, debí ser yo el segundo lector del libro. Veo ahora que Perlingieri era doctora, feminista y una destacada activista medioambiental; que sólo tiene un libro más, The Uterine Crisis (La crisis uterina), de 2003, en el que trataba de cómo las toxinas del ambiente enferman el aparato reproductor femenino. Estaban recientes, en los tiempos de aquel proyecto, los éxitos de El código Da Vinci y de La joven de la perla. Se había declarado globalmente una fiebre acerca de lo que los cuadros contienen y a quién contienen. Acerca de lo que nunca habíamos sabido que nos querían decir: el misterio de su entretela, los mensajes cifrados, en fin. La pintura como escritura críptica. Todavía sigue: véanse los bocetos ocultos de Leonardo -aparecidos- o el cuadro La Muerte de Marat de David. Esta semana ha contado la prensa que la pista de la mancha de sangre que aparecía en el papel que estaba leyendo Marat -el periódico «El enemigo del pueblo»- cuando lo acuchilló la Corday, ha conducido al ejemplar original del periódico, en la Biblioteca Nacional de Francia, y el análisis de la sangre de autos al descubrimiento de la dermatitis que mortificaba al político y que lo condenaba a vivir y a escribir en la bañera, como a Dalton Trumbo, aunque sin máquina de escribir y sin whisky. Sofonisba fallecería medio ciega en noviembre de 1625, ¡con noventa y tres años!, noventa y tres años del siglo XVII, una eternidad.
Y su vida -gran parte de ella, veinte años, transcurrida en España, en la Corte de Felipe II- tenía zonas y episodios tan interesantes como susceptibles de intriga y de ficción. En lo personal -como mujer, como hermana, como confidente de Isabel de Vallois, como esposa, como anciana- y en lo artístico. Su relación con gigantes, de Miguel Ángel a Van Dyck, la influencia pictórica (no declarada) en el trabajo de algunos pintores hombres, la realización de algunos famosos cuadros atribuidos a otros. La idea de aquella coproducción iba por ahí: crear un misterio en torno a Sofonisba Anguissola y a la naturaleza de su obra. Yo, sin forzar ese misterio hasta convertirlo en material de cuarto milenio, inventé una trama que tenía su punto de suspense sobre cierto tipo de pintura que -como mujer- no le permitían practicar. Sugerí música de su paisano Monteverdi. Y ahí lo dejo. Titulé todo aquello El espejo de Sofonisba. Yo empecé a imaginar a Sofonisba, a ella y su época, desde sus últimos autoretratos. Sofonisba era una retratista, de otros y de ella misma, realmente asombrosa. El mayor misterio de la mano y mirada de Sofonisba sigue siendo esa calidad, esa verdad, que se va transformando a la vez que el tiempo -casi un siglo- transcurre sobre ella. O sobre los demás: su amiga Lavinia Fontana, por ejemplo, a la que le dedicó un formidable retrato en 1590 y con la que ahora comparte Exposición en el Prado. No se las pierdan.
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