La visita de Lula da Silva a España certificó ayer, más allá de la matizada sintonía ideológica entre el referente de la izquierda latinoamericana y la socialdemocracia de Pedro Sánchez, el restablecimiento de las relaciones entre ambos países tras la regresión que supuso el mandato ... de Bolsonaro. El intolerable asalto contra los poderes del Estado brasileño protagonizado por ultraderechistas el 8 de enero, cuando Lula da Silva apenas había echado a andar el mandato con el que ha vuelto al poder en medio de un país roto, volvió a recordar a las sociedades democráticas tras el ataque al Capitolio de EE UU los riesgos que comporta el extremismo y el populismo sectario que niega el pensamiento plural. Pero precisamente la gravedad de esa amenaza, que lo mismo vulnera la convivencia de una democracia consolidada como la estadounidense que la de un Estado aún vulnerable como Brasil, aconseja no minusvalorar la intolerancia de todo signo y no trivializarla con equiparaciones desmedidas. Pese a que de las palabras de Sánchez pudo deducirse lo contrario, la refriega política y electoral en España está lejos por fortuna de las pulsiones destructivas que anidan en un Brasil de desigualdades y violencia política aún.
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