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Apoyado en su bastón, un anciano sale de una entidad bancaria titubeante y, con su cartilla de ahorros en la mano, se dirige al cajero automático asustado. Le ha costado lo suyo llegar hasta allí y es que cada día anda más torpe. Ha hecho ... fila con paciencia, sosteniéndose en su bastón. No entiende nada, lleva la tristeza dibujada en la cara. Solo quiere un poco de su dinero. Desde que prejubilaron a Manolo, que le atendía y le ayudaba con los trámites, ir al banco es una pesadilla. Mira a ese aparato del demonio sin saber ni como meter la cartilla. Como está en la calle, el sol difumina la pantalla. No sabe qué hacer. A un chico que pasa le pide que le ayude, aunque duda porque no lo conoce y es consciente del riesgo que corre pero qué va a hacer. Se siente solo ante ese aparato infame y se pregunta cómo es posible que le pase algo así a él que lleva más de cincuenta años con su dinero en ese banco. Los que están en la fila piensan lo mismo, que no hay derecho a tratar así a la gente. Lo miran con una cierta ternura, atentos, como protegiéndole solidariamente conscientes de que pueden robarle. Se conmueven y se quedan helados en la larga fila. El anciano, al fin se va y todos lo contemplan.

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