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El doctor Roure, que vivió el cólera del siglo XIX, confesó que tenía observado que, en épocas de epidemias, «el sentido común es el primer enfermo». Tras meses de pandemia que pesan como si fueran años, bien podemos afirmar que en España el buen juicio ... como nación lo perdimos hace tiempo. La tragedia no nos ha unido como país, somos más frágiles que ayer. Ningún consenso se ha producido, ningún acuerdo se atisba en el horizonte ni para salvar vidas ni para aliviar la desdicha. Nos desangramos y nuestros líderes parecen emular a Nosferatu. La desgracia como espectáculo, las cifras de muertos y afectados como monedas de cambio. No hay tregua ni alivio para el ciudadano responsable que observa que lo único que crece es el egoísmo. No solo la clase política está fallando, también nosotros con nuestro «yo» por delante.
El riesgo cero no existe pero hay quien se contagia trabajando y hay quien compra todos los boletos incumpliendo normas y poniendo en riesgo empleos y negocios ajenos. Los aplausos en los balcones son un borroso recuerdo que duele a unos sanitarios que observan despropósitos sin cuento.
Ahora dicen que hay que salvar la Navidad en un país que no sé si tiene arreglo. Si el gobierno de España aconseja mesas de 6 personas, Madrid dice que de 10. Si el ministro Illa propone toque de queda a la una, Díaz Ayuso lo quiere a las dos. Y así suma y sigue hasta el agotamiento. Si uno dice blanco el otro dice negro, incluso en lo más superfluo. Parece una competición entre diecisiete fragmentos de España por ver quién llega antes no se sabe adónde. Con el anuncio de las vacunas se abre la esperanza de que todo puede cambiar, pero no se preocupen, pronto aflorarán los disensos. Cada cual tendrá su plan, su vacuna y su método en un bucle infinito de reproches tan agotador como incierto porque está visto y comprobado que la estupidez es una enfermedad para la que la ciencia no encontró vacuna.
Así que ante tan edificantes ejemplos los más irresponsables hacen de su capa un sayo incumpliendo normas y confinamientos. Ni un ejército de Robocops patrullando las calles frenaría a los botarates.
En una crisis sin precedentes nuestros políticos ignoran nuestras demandas de consenso y quienes como único ideario reclaman bajadas de impuestos exigen ayudas públicas para todos y para todo. Por vez primera se ha tejido una red de protección desconocida en otras crisis, pero aquí nadie asume las responsabilidades propias aunque exija las ajenas. España es un desierto de abrazos que no queremos darnos. Hace tiempo conocí un pueblo riojano en el que vivían solo dos vecinos y no se hablaban entre ellos, siempre los imaginé como en el cuadro de Goya peleando a garrotazos. Pues más o menos así estamos, enfermos de mal de España, una dolencia vieja que no encuentra remedio.
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