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Me encantaría poder espiar por una mirilla a Pablo Casado. Me lo imagino estos días continuamente sentado en un sofá de orejeras junto a la chimenea (si, ya sé que hay 30 grados, pero mi imaginación es sibarita), mientras fuma un puro, los pies en ... alto. Y se descojona, y piensa «si es que Mariano mira que sabe».
Y sí. Él, que empezó aspirando a ser Aznar, ha descubierto las virtudes del Rajoyismo, y lo bien que funciona eso de estarse quieto, no hacer mucho ruido e ir viendo cómo los de enfrente te hacen el trabajo.
Porque, en fin, todo el guión de los partidos de izquierdas de los últimos dos meses parece escrito por el PP. El no-pacto, las elecciones en busca del triple salto y, ahora, la confirmación del salto de Errejón al tablero de los mayores.
No suele ser verdad en política eso de que donde comen dos, comen tres. A no ser que la mesa esté puesta para caníbales, y el tercero aspire a comerse a uno de esos dos. Y de eso va el juego, claro: aún estoy por ver alguna diferencia programática seria entre PSOE y UP, y más aún entre Podemos y Más País. Pero la cosa hace tiempo que dejó de ir por ahí.
Más País. Así se llama el nuevo comensal en la mesa. Un nombre horrible lo mires por donde lo mires, producto único del intento a toda costa de evitar la palabra «España». Lo cual es una pena, porque si no abandona los símbolos y los nombres que son de todos, otro vendrá y se los apropiará para sí. Pero igual es metafórico: todo este jugueteo entre los dos o tres de la izquierda ha olvidado de qué va esto: de España. De nosotros. No de ellos.
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