Antes de invadir Ucrania, y desde luego después de perpetrar esa flagrante violación del Derecho Internacional y, a raíz de ella, acciones despiadadas susceptibles de ser catalogadas como crímenes de guerra, Vladímir Putin ha ofrecido sobradas muestras de su catadura moral. Suficientes como para considerar ... una hipótesis más que verosímil un corte total del suministro de gas ruso, del que tan dependiente es la UE por un mayúsculo error geoestratégico, como herramienta de chantaje para avanzar en sus ansias expansionistas, alimentadas pisoteando la legalidad y los derechos humanos más elementales. Prepararse de cara a ese posible escenario es una obligación de la que Bruselas ha tomado buena nota y que compromete tanto a los gobiernos como al conjunto de la ciudadanía. La reducción en un 15% del consumo de gas, como ha acordado la UE -el 7% en el caso de España- comporta cambios en los hábitos de vida que apenas empiezan a asomar y que vienen para quedarse al menos hasta que se normalice la situación.

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El decreto aprobado ayer por el Consejo de Ministros constituye un primer paso en ese sentido. Las restricciones en el uso del aire acondicionado y la calefacción en comercios, empresas y transporte público así como en los edificios oficiales, mediante la fijación de temperaturas tope y la obligación de apagar las luces de sus escaparates por la noche, son un pálido reflejo de las drásticas medidas a las que se enfrentará buena parte de Europa si el Kremlin ejecuta su larvada amenaza. El ahorro de energía a través de un uso más racional y eficiente, y de limitaciones por ahora muy acotadas, para aumentar las reservas ante el inminente invierno supone una decisión razonable, aunque excepcional, propia de unas circunstancias que también lo son.

Resulta dudoso que estas acciones vayan a ser suficientes, sin extender el menor consumo de gas a la industria, para cumplir el recorte asumido con la UE, que pasará de voluntario a obligatorio si se activa la alarma energética por un cerrojazo de Rusia. Es seguro, en cambio, que la crisis global a la que ha empujado Putin requiere una intensa labor pedagógica por parte de las instituciones para que el «esfuerzo común» que anoche reclamó la vicepresidenta Teresa Ribera en una «situación crítica» rinda sus frutos, a expensas de los futuros sacrificios a los que obligue la destructiva estrategia del Kremlin.

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