El vestíbulo del Palacio de los Deportes acogió el lunes lo que en apariencia era una fase más del proceso de vacunación contra el COVID. Sin embargo, lo que en realidad estaba aconteciendo era la celebración de un triunfo de La Rioja como sociedad. Quienes ... ofrecían su brazo para recibir un pinchazo componían el primer contingente de mayores de 95 años de Logroño beneficiarios de Pfizer. Ni las emocionantes fotografías del momento ni los trémulos testimonios de los ancianos a través de las mascarillas pueden recoger la trascendencia del momento. En una pandemia donde la tensión y la incertidumbre han alimentado el egoísmo y la furia cuestionando cada decisión, el orden de vacunación tampoco ha escapado de los recelos. El epidemiólogo que cada uno llevamos dentro tenía decretado de antemano quiénes merecerían recibir las primeras dosis. Y, sobre todo, a qué personas había que dejar en el vagón de cola en el reparto de la esperanza. Ante un suministro limitado, han sido legión los contrarios a que entre los grupos prioritarios se incluya a los mayores entre los mayores. Expresado con mayor o menor crudeza, el argumento de fondo que sostiene su tesis no sabe de matices: ¿para qué malgastar las dosis en esos abuelos que ya tienen los días contados? La respuesta está en la mirada de cada uno de los que el lunes pasaron por el Palacio de los Deportes. En su agradecimiento y su humildad. En los esfuerzos y el trabajo que han derrochado durante casi un siglo para que, cuando llegara este momento, reconozcamos que nunca han sido tan esenciales como hoy.

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