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Mi madre utilizaba una palabra para expresar la sensación térmica y la dejadez anímica que nos atacaban llegados los rigores caloríferos; una palabra con todo, con sus formas infinitiva y adjetiva: 'aplasfocar' y 'aplasfocado/a'. La palabra era inventada, pero no inmotivada. Todas las palabras ... están inventadas, al fin y al cabo, pero no todas tienen tanta base. 'Aplasfocar' fundía a las altas temperaturas de la invención léxica la idea de aplatanamiento, de aplastamiento y de focalización ardiente. Y resultaba muy gráfico: era decir «estoy aplasfocado» y vencérsete los abrazos y fruncir el ceño en un signo mitad de extrañamiento mitad de hartazgo que, la verdad, valía -vale- tanto para el verano como para el invierno; pues al final resultaba ser una versión del tradicional «no puedo con mi vida» u -otra variante- «a mí esto me supera». A lo largo del año, yo me veo muchas veces sin otra expresión más saciante para expresar cansancio y falta de oxígeno en sangre -ante noticias, declaraciones, titulares, caretos y el estado de las cosas en general- que lo de «estoy aplasfocado»; y a continuación empiezas a mirarte por qué lado del pantalón o de la camisa estás empezando a autocombustionar como el mapa de Bonanza. El calor en España tiene su biografía y su hemeroteca. Y sus hitos. Yo creo que, de hecho, se podría escribir una historia de la España contemporánea entre 'la calor' del maño Perico Fernández -la madrugada en que el calor adoptó el género de la copla de Labordeta, su paisano, pocos meses antes de la muerte de Franco- y el 'caloret' de Rita Barberá, que era ya un socarrat de cosas que aborchonaban, y que mira tú cómo acabó aquel fondo de la paella, que no salía ni con Fairy. Poco después que Bruce Lee, Perico Fernández libró su propio combate 'a muerte' en Bangkok. Yo no olvido aquel episodio nacional, sobre todo porque transcurrió lejísimos y cuando aquí estábamos durmiendo. Fernández se jugaba revalidar el título de los superligeros contra el tailandés Saensak Muangsurin, conocido entre nosotros por Mansulín y por su apodo 'la sombra del Diablo'. Martes 15 de julio de 1975. Madrugada en España. Nada más levantarme de la cama, le pregunté a mi padre: «¿Ha ganado Perico?». «No, hijo», me respondió. «¡¿Por qué?!», repliqué incrédulo. «Perico dice que 'por la calor', que por 'la calor'». ¿Y que era 'la calor' para un niño que aún no conocía el repertorio de Labordeta? En Bangkok, por lo visto, no existía el calor, sino 'la calor'. Y me sonaba a un fluido paralizante, diabólico, hirviendo; al contrario que el 'fluido glacial' de las bromas. Así que Perico cayó aplasfocado sobre la lona, por causa de 'la calor', elemento contra el que no había ido a luchar. Perico conocía el calor de Zaragoza, pero el tailandés estaba aclimatado a la calor, y cuando éste se dio cuenta de la desventaja con la que partía su rival, respondía a sus golpes con una sonrisa de archienemigo, una sonrisa que aplasfocó a Perico, y que le birló la faja. Yo, desde entonces, atribuyo a 'la calor' la causa de alguna cosas que me pasan, o nos pasan. Y nos aplasfocan, en cualquier estación. Pero es verdad que en el verano el calor, o su versión 'la calor', aumenta por inducción, al modo de las cocinas de inducción. Y no es el cambio climático el único de los inductores. Ahí está la sección -cada más alargada- del tiempo en los informativos de las cadenas, pujando por quién da las máximas más máximas y muestra los más tórridos testimonios fotográficos de la carbonización en las playas o de los atardeceres achicharrados. En la media hora que duran, la ola de calor que emana del televisor te regala el café con hielo. Y luego esos mapas de España con las provincias al rojo vivo. Una prolongación de los de la noche de las última elecciones. No sabes sin son grados o concejales. Y también están, cómo no, el somatén de 'bomberos' que cuando toca arremojarse la tripa porque llega la calor, que decía el poeta (y diputado), pues le echan un poquito más de fuego al Chaparral. Dos ejemplos: ¿Arde Madrid? Oyes a Almeida, y parece que el oxígeno es una cosa de izquierdas. Decía el tío que no ha llegado para caer bien a las izquierdas. Y para demostrarlo cambia votos por polución; está dispuesto para no gravar con multas a los madrileños que incumplieron una normativa municipal a que aumente la contaminación sobre todos los madrileños. Total, el medio ambiente es una pejiguera de perroflautas. Qué tío por dos reales, que diría mi abuela. ¿Y arden Tarragona y alrededores? Oyes al conseilller encargado y las UME -que se dejarán la piel- parecen fuerzas de ocupación a las que sólo se recurre cuando estás con el fuego al cuello. Qué tórrido. Estamos fundidos.
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