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Tengo un vecino que juega a 'Pokémon Go'. Sí, es de esos que aún quedan que van por mi calle mirando a su móvil y, donde usted ve farolas, ellos ven charmanders y, donde usted ve señores que no han aguantado la tentación de ... quitarle el currusco a la barra de pan para comérselo antes de llegar a casa, ellos ven pokeparadas. Tengo otro vecino que está de mudanza y, cuando va por la calle, donde yo veo aparcamientos libres él ve cajas de cartón abandonadas pero aún en buen estado donde podría caber su vajilla cara cómodamente. Una vecina mía acaba de tener la necesidad de ponerse gafas y ella pasea por las mismas calles pero viendo monturas de variadas formas y contrastando cómo de estéticamente casan con el óvalo de la cara de las personas con las que se va cruzando y otro vecino, que es abogado, ve posibles criminales que defender y la del séptimo C, a la que le mordió un perro de pequeña, se cruza si oye un ladrido, y el de la farmacia mira narices rojas y calcula cuantos antibióticos va a tener que encargar mañana.
Todos vamos por la misma calle, con el mismo mobiliario urbano, con el mismo río de coches, la misma sinfonía de cargas y descarga, de ruidos de sillas de terraza, de píos de semáforos en verde y, sin embargo, cada uno vemos una cosa, aquello que nos implica, que nos concierne, que nos interesa. Hay, en lo corto de mi manzana, tantas visiones como personas.
Les cuento esto porque yo, cada día que bajo al perro y él, con su necesidad, me concede un rato de pasear arriba y abajo de mi calle, en vez de todas esas cosas que ven mis vecinos, veo ideas para mis columnas, personajes para mis libros, ráfagas de frases que, de repente, encajarían en algo que tiene que decirle mi protagonista a su ayudante. De la música que emerge de la ventana del cuarto C, escalera izquierda, yo recibo una melodía que podría, por ambiente, encajar con el capítulo que tengo pendiente esa tarde, mientras que el enamoradizo de la panadería ve una excusa para mover la cabecita y el disgustado del estanco encuentra un balcón del que colgar la queja que lleva dentro porque últimamente nada le sale bien.
El ortopeda ve baldosas sueltas, la peluquera ve viento, el repartidor ve portales donde recuperar algo de calor, el portero ve desconocidos sospechosos y el niño que regresa a casa ve luz en la ventana de su cocina donde le preparan la cena. El enamorado ve largos los metros que le quedan para llegar a su casa, el desencantado retrasa cada paso para tratar de alargar esos mismos metros. Y mi perro, mientras, busca árboles y culos que oler. Y eso, en definitiva, somos, miradas paralelas que miran lo mismo y ven distinto.
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