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Qué tendrá el poder para ser tan atractivo como para perseguir el control absoluto, derogar leyes o eliminar cualquier obstáculo que ponga en consideración la desmesurada ambición personalista de un dirigente?
El mundo percibe, insanamente, estar a un paso de que otro ególatra se perpetúe ... en el poder de un país gigantesco como China, segunda economía mundial, en un escenario repleto de desafíos para el país y la geopolítica internacional. Este domingo se abrió el XX Congreso del Partido Comunista Chino; todo apunta a que Xi Jinping, paradójicamente para el funcionamiento de estos congresos diseñados como un proceso de traspaso del poder tras cumplirse los diez años previstos de permanencia en él, abrirá inéditamente nuevo mandato. Xi Jinping no ha resistido la erótica del poder como hicieran otros, por ejemplo, el beligerante Putin o el aspirante Trump; rompe con todos los precedentes desde la instauración del Partido Comunista chino para enfilar un tercer mandato como líder absoluto. Un nuevo emperador actual perpetuado, reformando la Constitución que juró al llegar al poder.
Es el síntoma de lo que sucede en China, combinación del miedo de un partido a enfrentarse a un megalómano rodeado de fieles que neutraliza como traidores a altos cargos críticos, y una sociedad civil desactivada. No es momento para nuevos emperadores en un país que debe afrontar desafíos mayores en su demografía, economía, ecología, política sanitaria o la evidente orientación antioccidental optando, de facto, por una alianza con Rusia. Un país en el que la clase civil ha desaparecido prácticamente, la libertad de expresión o libre uso de internet están cada vez más restringidos y penalizados contundentemente, y en el que la economía creciente da signos de caída (el 20% de jóvenes urbanos están en paro), o en el que el milagro del «fin de la pobreza absoluta» no impide que seiscientos millones de chinos vivan con menos de 150 euros al mes, como admitió el primer ministro Li Keqiang. Un país en el que solo Xi Jinping y sus adeptos crecen, convirtiendo la dirección colegiada en un liderazgo con poder absoluto.
Diez años después de acceder al poder, la ambición de Xi Jinping es imparable, la retórica personalista de los milagros conseguidos choca con una realidad menos prodigiosa sin frenar el peligro de que su poder absoluto sea, no solo un riesgo para China, sino para el mundo entero ya amenazado por voraces dirigentes absolutos como Putin.
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