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Finalizadas las Olimpiadas de París, compruebo con cierto estupor que uno de los coletazos que sigue agitando la celebración deportiva por excelencia no es la clase y la excelsa deportividad de Simone Biles, la dolorosa decadencia de Rafa Nadal, ni la brega de la selección ... nacional de fútbol, ni siquiera la flamante victoria en la final de nuestra soberbia selección de waterpolo femenino o la cinematográfica aparición de Tom Cruise en la ceremonia de clausura… No, el debate está en si el oro de Imane Khelif es justo y si su participación en las olimpiadas, o la de la tailandesa Janjaem Suwannapheng, fue adecuada.
Resulta absurdo siquiera valorar ese hecho. El solo pensar en que MUJERES (lo de la mayúscula no es énfasis ni casualidad) sean apartadas de la participación por un factor genético, es tan estúpido como injusto.
No he escuchado en ningún momento que a los jugadores de baloncesto que sobrepasen los dos metros de altura se les vete, porque la media mundial está en 170 cm. Tampoco que a hombres o mujeres con las extremidades notablemente largas, como era el caso de Michael Phelps, se les impida participar en las mismas condiciones que todos aquellos que no tienen el Síndrome de Marfan. Igual podríamos hablar de la histórica capacidad pulmonar de Miguel Indurain, el diminuto tamaño de Simone Beals, beneficioso para las disciplinas artísticas o la molosa envergadura de ciertos lanzadores de peso.
Nadie pone un pero a todos los casos citados anteriormente, sin embargo, a la merecida campeona femenina de boxeo, se la defenestra por un factor genético como es la intersexualidad. Sufriendo una cacería cruel y misógina, que ridiculiza el empoderamiento de la mujer con la mayor calamidad que haya escuchado nunca para calificar a una deportista: «Como tiene ventaja sobre las demás mujeres, a pesar de tener todos los atributos necesarios para considerarse tal, es un hombre». De locos.
Estoy completamente convencido de que la boxeadora italiana que se retiró del combate después de que en apenas unos segundos Imane le hubiera medido de un puñetazo la cara, no lo hubiera hecho si la rival hubiese sido otra. Hubiera alzado los puños pensado: «Vaya hostia me han arreado», y a seguir con el combate.
Pero claro, lo más sencillo es calificar a esa mujer de hombre, aunque no lo sea. Aunque sea la difamación más estúpida e insultante que he escuchado nunca contra una mujer, echando por tierra todo el trabajo de una boxeadora a la que han empañado su oro olímpico.
Imane Khelif merece que se la aplauda como lo que es, la justa campeona olímpica de su categoría y que se la respete como mujer. Porque, con caprichos de la genética o sin ellos, con aleatorios cromosomas Y o sin ellos, el único hecho irrefutable es que al igual que Phelps coleccionaba oros gracias a su envergadura o la selección femenina de baloncesto americano vence por su físico, Imane Khelif se ha ganado en el cuadrilátero lo que no se debe poner en duda fuera de él.
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