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Cuando pienso en los antiguos riojanos que sacaron adelante los estudios de sus hijos, las siguientes inversiones agrarias, el piso en la capital, los ahorros para la jubilación... a cuenta de las viñas con las que peleaban de sol a sol durante todo el año, ... se me antoja lejano. Épocas en los que uno podía mejorar su vida echando horas en la viña tras las de rigor en su empleo, y que reportaban un plus que mejoraba ostensiblemente la vida o proporcionaba un futuro con cierta holgura. Tiempos en los que la venta de la uva tenía un margen de beneficio acorde a lo que uno espera cuando pasa largas jornadas en la viña, con la espalda encorvada entre los sarmientos, rezando para que la piedra o el mildiu no echen por tierra el trabajo y los sueños de todo un año. Cuán remotos quedan esos sueños de prosperidad, cuando no de seguir con la tradición familiar de conservar pequeñas viñas, en las que hoy día faenar, tales son los precios que se están acordando por la fruta riojana por excelencia, convierten en quimérico cualquier intento por tener siquiera un mínimo beneficio de sus viñas.

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larioja Sudor ingrato