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En una importante distribuidora de enciclopedias a domicilio X ha vencido a Y en una oferta laboral, en la que la gerencia, indeterminada y amplia, buscaba un vendedor para publicitar su nueva oferta durante la siguiente temporada de ventas. Varios trabajadores optaban al puesto, aunque ... solo dos parecían destacar. Tan disputada estaba la terna que finalmente la gerencia ha optado por X, gracias a su promesa de contar con una vestimenta –outfit, que dicen los modernos–, capaz de convencer a cualquier potencial comprador de enciclopedias. De hecho, resultó tan categórico que, aunque no a la mayoría, sí logra convencer a una parte de la gerencia como para hacerse con el puesto. En detrimento, claro, de Y. Que no solo no contaba con el apoyo necesario en la gerencia, sino que, fuera de ella, sus afines tampoco alcanzaban como para ser elegido.
El problema llega después, cuando, ya en casa y frente al espejo, ensayando las palabras que declamará más tarde, observa que a pesar de lo asegurado no cuenta con un ropero lo suficientemente amplio como para lograr la elegante presencia prometida. Así las cosas, abre el armario de los pares sueltos, ese en el que se destierran las prendas pasadas de moda, las que prometimos devolver y las que, simple y llanamente, dejaron de ser nuestra talla. Ensambla con ellas una composición con la que más o menos se ve con opciones de resultar convincente. Completando la vestimenta con un peinado acorde a los tiempos vividos y sus potenciales compradores; raya a un lado por delante, coloridas rastas por detrás. Así las cosas, cuando toca el timbre, el visitado se sorprende al hallar frente a su puerta a un tipo con una americana oscura, bajo la que una camiseta amarilla con un Smile en el pecho no le alcanza el cinturón de cuero con chapas metálicas, y cierra la puerta. Decide entonces echarse a la calle, donde puede desplegar todo su innato encanto. Para ello, sus pantalones de chándal de táctel han sido una elección perfecta, pero cuando corre tras sus compradores la suela de su mocasín se desprende –en el otro pie calza una alpargata, para cuando le toque visitar los pueblos– y la cinta de pelo no impide que el sudor cale la corbata que ondea por encima de la sonrisa burlona de la camiseta. Tampoco allí se entiende que el reloj de pulsera sea de sol, el imperdible de la oreja esté oxidado, los desparejados calcetines estén constelados de manchas resecas y las gafas de sol sean de Hugo Boss. Por lo que regresa a casa sin vender una sola enciclopedia; pero feliz porque tiene empleo, enciclopedias que vender y, sobre todo, coche de empresa.
Y mientras todo esto sucede, en la sala de recursos humanos (RRHH), Y, con las manos sobre su maletín y la cara de quien no comprende ni quiere comprender, se pregunta si en una futura elección pasará más inadvertido que sus calcetines, por debajo de sus pantalones de pinzas y enfundados en unos resplandecientes zapatos, en el pie izquierdo son de color azul y en el derecho, no.
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