Acaba de cumplirse el quinto aniversario del confinamiento que convirtió la pandemia por covid-19 en uno de los hitos que se estudiarán como fenómeno ... social y sanitario durante generaciones. Cinco años de aquellos días en los que la cita a las ocho de la tarde en los balcones era ineludible, y los aplausos a quienes conseguían que el mundo no se detuviera y el virus no se llevara a más seres queridos por delante, era la hermosa banda sonora de cada atardecer. Un lustro en el que se ha cumplido a rajatabla ese dicho que afirma que la memoria es muy corta, y que ha metamorfoseado esos aplausos y el reconocimiento global en un desdén generalizado, cuando no un ataque continuo, especialmente hacia gremios a los que tanto tenemos que agradecer como la sanidad: desde la cirujano jefe hasta los celadores o los miembros del cuerpo de limpieza.
Qué ilusos quienes creían que de aquello saldríamos mejores, que miraríamos al prójimo con mayor empatía y valoraríamos como se debe el engranaje social y sanitario, que nos protege, no ya ante situaciones extraordinarias, sino ante las vicisitudes propias del día a día. Han bastado cinco años para que la demagogia social, que promulgaba alabanzas hacia nuestros sanitarios, haya demudado en la época en la que mayores agresiones, amenazas e injurias, se perpetran contra ellos. La consideración pública que han sufrido resulta tan paradójica como extraordinaria. Poco importa la significativa y vital labor que realicen por nosotros y, en algunos casos, con emolumentos que no se ajustan a sus funciones y responsabilidades. Se han convertido en el estamento en el que el ciudadanito de a pie carga todas las frustraciones que no puede volcar contra otros históricamente más proclives al enfrentamiento con el ciudadano. No me imagino al gallito de turno arrimando la camisa al cuerpo a un funcionario de Hacienda o a una exaltada amenazando de muerte a una Policía Nacional. Sin embargo, con los sanitarios, manga ancha.
El siempre creciente número de agresiones a nuestros sanitarios, además de demostrar nuestra nula memoria, nos sitúa como una sociedad estúpida que canibaliza sus propios recursos, convirtiendo una de las mejores prestaciones que tenemos, como es la sanidad gratuita, en un lugar donde reivindicamos todos nuestros derechos pero ninguna de nuestras obligaciones, que deberían empezar con el respeto y la admiración. Desde a quien pasa el mocho por los pasillos del hospital hasta a quien realiza con éxito una operación imposible o diagnostica un cáncer con tiempo a ser derrotado.
Llegará el día en el que la naturaleza atacará de nuevo a la mayor amenaza del planeta, que no es otra que el ser humano. Y entonces, solo entonces, volveremos a los balcones a las ocho, a aplaudir a esos sanitarios que nos protegerán, poniendo en peligro sus vidas y las de sus familias.
Pero, hasta que ese momento llegue, a hostias con ellos.
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