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Decía Nietzsche que cuando miras al abismo, el abismo también te mira a ti. Qué cierto es.
Hace unos meses, hablando con mis buenos amigos A.R. y M.P., profesionales de la Policía Nacional a los que admiro y aprecio a partes iguales, me ... dio por pensar en la indefensión psicológica de quienes, como ellos, miran a los ojos a los monstruos que habitan tras nuestra dócil apariencia. Miradas que minan la salud mental de quienes se ven obligados a bregar contra lo peor del ser humano y a los que, lógicamente, el regreso a esa realidad compuesta por familia, amigos, vecinos, compañeros… les inocula cierta dosis de incertidumbre y sospecha, de la que no pueden huir y que horada la fortaleza mental de todos y cada uno de ellos.
Mientras conversábamos sobre la desproporcionada oleada de suicidios que se vive en este país, por más que nos empeñemos en no hablar de ello, como si el silencio fuera a evitarlos, analizábamos cuántos de esos decesos se dan en su gremio. Entre esos policías que, ejerciendo de barrera entre el hombre y el monstruo, son emponzoñados por la miseria humana y pierden la estabilidad emocional que todos precisamos para no creer que todo está perdido.
Cuando pensamos en la Policía Nacional vemos en ellos a quienes actúan y previenen todo tipo de delincuencia, la peor delincuencia. Terrorismo, depredadores sexuales, homicidas, proxenetas, traficantes… Son los primeros en llegar a la escena de un delito y muchas veces los últimos en marcharse, con una terrible imagen más en la retina, conscientes de que probablemente no logren borrarla de la memoria en toda su vida. Sin olvidar cómo son utilizados por esos políticos, salvadores de la patria, que los emplean como barrera humana para 'protegerse' del pueblo. Cómo no sufrir. Cómo no cargar con esa losa emocional, que la sociedad a veces ignoramos o menoscabamos, con esa horrible frase de «para eso les pagan».
Ningún sufrimiento está pagado, por mucho que se cobre. No lo está sucumbir en el fango en el que están obligados a moverse, ni pensar si el beso que han dado a sus hijos va a ser el último, porque un miserable los va a encañonar. Ni lo está verse inmersos en una reivindicación del pueblo hacia sus dirigentes, teniendo que contener a los que, en algunos casos, apoyarían.
Cuanta más miseria hay en la sociedad, más tendría que cuidarse a los que sostienen la balanza. Deberíamos ejercer sobre esos policías que absorben la ponzoña que nos rodea, para que no nos contamine, aunque sean ellos quienes la padezcan, un ejercicio de empatía y solidaridad. Su bienestar mental debería empezar por la empatía social, un abrazo, una palmada en el hombro, quizá solo una sonrisa cómplice, de todos los que, sabiendo quiénes son y lo que hacen por nosotros, les juramos en silencio que nunca, en ningún momento, dejaremos que el abismo los reclame.
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