Estas fiestas no serán recordadas por los siempre geniales conciertos del Espacio Peñas (sic), ni por las propuestas más allá de las recurrentes degustaciones o la actuación de esa diva de lo cochambroso que es Leticia Sabater. Sin duda serán recordadas por la gran chapuza ... que supone lanzar el cohete un día laborable durante el horario lectivo. Un hecho que se ha dado por la bajada de pantalones que el Consistorio ha asumido ante el gremio hostelero, ignorando a la mayor parte de la población logroñesa. Eso, además de ponernos en un brete a todos los padres, que hemos tenido que elegir entre quedar como 'malos padres' por hacer que se cumpla con las obligaciones académicas, o quedar como 'malos padres' por no dejar que hagan una excepción dentro de la disciplina en la que debe educarse todo aquel que desee adquirir ciertos valores desde la época estudiantil.
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Con esta elección, obviando un horario adecuado como hubiera sido las cinco de la tarde, la responsabilidad sobre la liberación de nuestros jóvenes ha recaído en los padres. Olvidemos las instituciones estudiantiles, ellas tienen unas materias que inculcar. Cualquier dejadez de funciones que favorezca el absentismo, además de crear precedente, invita a que los estudiantes crean que la algarabía y la fiesta –siempre necesarias– se anteponen a las obligaciones del día a día. No es debate de colegios, institutos y universidades si un alumno puede faltar a clase para saltar y bailar en el corazón de Logroño. Y repito que la danza, la alegría y la fiesta son del todo necesarias para el equilibrio mental y la sociabilidad del individuo.
Imagino que, en muchas casas, tal y como lleva ya semanas ocurriendo en la mía, el debate sobre si hacer lo correcto educativamente o lo correcto emocionalmente, estará preñando las sobremesas de reproches, dictámenes y, seguramente, alguna que otra lágrima de frustración. Es lo que sucede cuando quienes nos gobiernan y deben velar por los intereses comunes ceden ante sectores interesados y provocan, de ese modo, un cisma que debatir en la intimidad de cada casa.
¿De verdad hubieran sido tan trágicas las pérdidas por atrasar el cohete cuatro horas? Quienes tengan el día libre, seguramente hubieran salido a almorzar de todas formas y se hubiesen evitado los disgustos y la diferenciación entre los jóvenes a los que sus padres han dispensado de sus obligaciones de quienes han optado por mantenerse firmes en una aserción que hubiera firmado Perogrullo: «Si hay clase, hay clase».
El mal ya está hecho. Los conflictos están librados y las posturas, supongo, en cada casa habrán quedado claras. Pero, sin duda, era algo que podía haberse evitado.
Y, aunque mi caso puede que no le interese a nadie, pues más allá de tener la fortuna de contar con una columna de opinión no soy más que un padre como puede serlo usted, mis hijos irán a clase. Y cuando salgan a las dos, que disfruten de lo que quede de fiesta, que será mucha.
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