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Históricamente, con honrosas excepciones que nos han dado una fama de bravos que en realidad no ostentamos, los españoles hemos sido un país dócil que ha mostrado un acato a las órdenes de sus dirigentes que frisa la sumisión. Desde tiempos del Imperio romano, pasando ... por la invasión árabe, la dictadura franquista y, posteriormente, los numerosos desmanes de buena parte de los gobiernos que han dirigido el país, la resiliencia con la que el pueblo ha acatado su realidad ha hecho que, sea quien sea que gobierne España, conozca que lo hace sobre un pueblo que solo muestra su descontento en la barra de un bar, en la grada del estadio, en las cenas familiares o, tras la irrupción de internet, desde el cobarde anonimato de las redes sociales.
Una quietud que ya mostró sus primeros síntomas de agotamiento cuando nuestros mayores se echaron a las calles hace unos años protestando por lo suyo. Una voz alzada que tuvo su comedida respuesta por parte del gobierno, actualizando unos derechos que les habían sumido en una deplorable miseria con el paso de los años, con pensiones que rozaban lo ridículo.
Y ahora, ese testigo lo ha tomado la gente del campo. La que llena los estantes de los supermercados –iba a decir también las tiendas del barrio, pero pocas quedan– con los productos con los que subsistimos. La base de nuestra sociedad, especialmente en La Rioja, y de todo el sistema económico, se ha hartado y ha tomado el único lugar que es o debería ser del pueblo: la calle.
Se podrá estar en mayor o menor medida de acuerdo con sus demandas, pero lo que nadie puede negar es que al fin un gremio ha tenido el arrojo de arrinconar al gobierno con unas exigencias proclamadas sobre el púlpito que ningún gobernante puede acallar, el que se alza sobre el asfalto y el adoquín.
Reivindicaciones como que en productos importados no se tengan las mismas exigencias que con los nacionales, el desmedido precio de venta en comparación con el que reciben o la restricción de un sinfín de productos que encarece los costes de producción, son algunas de las reivindicaciones con las que resulta imposible no estar de acuerdo.
Y para ello han tomado las calles y han cortado carreteras. Cierto es, que en muchos casos perjudicando al ciudadano de a pie. ¿Qué solución podían tomar si no? ¿Manifestaciones controladas y enmudecidas, caceroladas aisladas que el sinnúmero de noticias demuda en obsoletas a las horas, visitas institucionales que concluyen con promesas escritas sobre arena de playa? Esta vez han sido escuchados. ¡Bravo por ellos! Ni siquiera medios de comunicación torticeros, que trataban de colorear la protesta o tildar de terratenientes a los agricultores, para menoscabar su esfuerzo, han logrado silenciarlos.
El campo nos ha mostrado el camino con determinación y arrojo. Aplaudámoslo, aunque llegáramos tarde al trabajo o no nos sirvieran en el día el pedido de Amazon. Cuando un gremio del sector primario lucha por lo suyo, también lo hace por lo de todos.
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