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Cuando era chaval, algo así como en el pleistoceno, los clubes deportivos en los que nos involucrábamos los chiquillos que deseábamos hacer deporte, bien fuera ... fútbol, balonmano, vóley o, como era mi caso, baloncesto, eran equipos aficionados que simplemente anhelaban eso mismo, que la chavalería se decantara por el deporte en edades en las que los placeres tóxicos comienzan en entonar sus cantos de sirena y es mucho más sencillo dejarte llevar por ellos que sudar la gota gorda.
Entidades deportivas que, con el tiempo, bien fuera porque pasaron a depender de clubes profesionales o porque se crearon como negocio, se mercantilizaron de tal modo que, de un tiempo a esta parte, el fervor y crecimiento deportivo de los chavales es lo de menos. Lo que cuenta es tener el mayor número de fichas posibles y ser el equipo más laureado, el que más trofeos consiga a final de temporada. Y esto último, única y exclusivamente, porque conlleva lo primero. Cuanto más éxito tenga el club, más niños querrán sumarse y más fichas mensuales engrosarán las cuentas de las que dependen no pocos trabajadores de algunos de esos clubes.
Sin embargo, entre toda esa caterva de ambición y canibalismo, hace unos años en Logroño se creó uno de esos equipos que aún creen el deporte como base para la humanización y cultivo en el niño de unos valores fundamentales en el deporte y la vida, como el compañerismo, el crecimiento personal y la superación. Sin que la no consecución de las metas deportivas conlleve la frustración, no personal, que esa siempre invoca al crecimiento, sino por parte del club.
El Club Waterpolo Logroño es una muestra de que la pasión por un deporte y la abnegada dedicación de unos enamorados del waterpolo, pueden construir la base para que en una ciudad de interior como la nuestra, haya un grupo heterogéneo de muchachos, que han hecho de la piscina su segundo hogar. Y todo ello, sin la ambición desmedida por crecer y crecer, más allá de poder perpetuar un grupo de jóvenes que mantenga vivo el club y dé sentido a su existencia.
Es, además, un club que lucha contra la precariedad propia de los deportes de minoría, con déficit de instalaciones, subvenciones, publicitario... Sin embargo, todo eso se suple con un esfuerzo y una ilusión sin parangón. A lo que hay que sumar que las cuotas que se pagan son las estrictamente necesarias para que el club siga adelante; otro detalle poco habitual en el deporte de formación.
En Logroño existe un pequeño gran club de waterpolo. Un club sostenido por personas como Álvaro y Laura, Juan, María y Jordi, Sergio, Mario... que han comprendido que, en el deporte, al contrario que en el amor, cuando el dinero entra por la puerta los valores saltan por la ventana.
En Logroño hay waterpolo. Un deporte diferente, un club diferente... una apuesta segura de amor al deporte para todo aquel que se acerque a ellos.
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