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Antes de final de año cerró sus puertas definitivamente Bar Pura. El genuino y reconocido bar restaurante de Bobadilla, tras tres generaciones alimentando a oriundos, pescadores, moteros y toda suerte de visitantes esporádicos, que se llegaban hasta la pequeña localidad truchera para agasajar a sus ... paladares con sus afamados caparrones o sus no menos conocidas chuletillas al sarmiento, cesó definitivamente su actividad.
La falta de relevo generacional, el cansancio y el aislamiento que sufren localidades pequeñas como Bobadilla, hacen que cada vez sean más los pueblos que no cuentan con bar y, por ende, que carecen de ese vital punto de encuentro.
Porque el cierre de un bar en un pueblo provoca un aislamiento de sus vecinos aún mayor. En Bobadilla, afortunadamente, se ha abierto en fechas recientes el bar del consistorio, por lo que sus vecinos seguirán contando con un lugar en el que reunirse. ¿Qué ocurre, sin embargo, con los pueblos donde cierra su único bar o reduce la apertura a los fines de semana?
La cacareada revitalización, cultural, demográfica y social, del mundo rural, además precisa que elementos necesarios para un pequeño pueblo, como es un bar, sean rentables y permanezcan abiertos. Y ya imagino que habrá quien se eche las manos a la cabeza cuando lea que un bar es un elemento necesario en un pueblo. Sí, lo es; puede que no a la altura de un ambulatorio o una escuela, pero resulta clave en el día a día de los más mayores.
Los bares de pueblo, sobre todo en localidades que no llegan al centenar de habitantes y su media de edad supera la de jubilación, son el único motivo que invita a muchos de esos ancianos a salir de casa. Sin bares donde conversar, tomar un café o echar la partida, la soledad y el aislamiento de esos hombres y mujeres de edad, que viven en lugares donde apenas nada trasciende de lo cotidiano, se multiplica de forma extraordinaria. No obstante, hay que comprender a quienes, ante la reducida clientela y el vacío que asola al medio rural en los meses fríos, no ven motivos para continuar con un negocio, boyante en las grandes urbes, pero mucho menos rentable en el medio rural.
En algunos casos, si existe una continuación es por forasteros sin el arraigo necesario para soportar la dureza y el hastío de lugares donde la decadencia gangrena las calles en forma de abandono, y muchos optan por claudicar. Cada bar de pueblo que cierra o centro social que echa el candado, suponen un clavo más en el ataúd de nuestros pueblos.
Ahora ha sido Bar Pura, donde Marisol y Fonso han optado por reclamar un descanso bien merecido, después de toda una vida tras la barra. Sin duda les seguirán otros, en otros pueblos. Y con cada uno de ellos la soledad de nuestros mayores, de esos que continúan en los rincones donde se forjó esta tierra de la que tanto presumimos, será mayor e irrevocable.
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