Mientras los datos sitúan a Logroño en una posición de riesgo extremo de cierre por pandemia, la titular de Salud de La Rioja, Sara Alba, se aferra aún a la capacidad del sistema sanitario para «mesetar» y hacer descender la curva que amenaza a la capital riojana. En sus palabras se encuentra, sin duda, más esperanza que la que los ciudadanos conservan según van pasando los días y las tasas que hoy son malas amanecen mañana peores. No es reprochable en absoluto ese resto de optimismo moderado que lleva a creer a la timonel de la sanidad riojana «que no será necesario confinar Logroño». Pero ni siquiera ese buen ánimo puede desplazar una certeza incontrovertible y rotunda como la ratio de incidencia disparada desde los primeros días de octubre. Es cierto que «no solo hay COVID en nuestra sociedad», como esgrime Alba. Pero también que casi todo lo que no es COVID ni hacer enfermar ni mata. El equilibrio es una habilidad plausible, pero en determinados contextos es conveniente ejercerlo solo con red. El cribado que desde ayer se realiza en Logroño guarda, sin duda, la respuesta al temor que se respira en un Logroño triste como pocas veces. A ese temor y a las esperanzas que guarda la consejera Alba.
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