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Siempre han sido odiosas las comparaciones, pero si el cotejo se sustenta en la envidia sana y surge con el constructivo ánimo de mejorar, ésta se transforma en admiración. Y así como «la envidia va tan flaca porque muerde y no come» (Quevedo dixit), ... también escribió Sábato que «para llegar a admirar se necesita grandeza, aunque parezca paradójico».
Entre Oviedo (220.406 residentes) y Logroño (152.727) no es que exista tanta distancia demográfica, pero en lo cultural la capital asturiana ha sabido apostar por un modelo mucho más audaz que su homóloga riojana. Y no voy a hablar de su valioso patrimonio ni del Museo de Bellas Artes de Asturias, una auténtica institución del siglo XXI con un catálogo de incontables obras maestras. No.
En agosto, de vacaciones, me topé con la sede del Real Instituto de Estudios Asturianos, entidad cultural autónoma de derecho público del Principado de Asturias, algo parecido al Instituto de Estudios Riojanos (IER) y con objetivos similares. Está ubicado en el Palacio de los Condes de Toreno. ¿Se imaginan que, inopinadamente, el Principado encastrara en la citada joya barroca del siglo XVII las oficinas de la Consejería de Industria y Energía.
El pasado jueves, el Parlamento de La Rioja aprobó por unanimidad una propuesta para impulsar tanto el IER como sus instalaciones. Pero nadie de los presentes explicó cómo quedará distribuido el Palacio de los Chapiteles entre el IER y la Consejería de Participación, Igualdad y Agenda 2030, ni a corto ni a medio ni a largo plazo.
Ah. Y todos los errores no se pueden achacar al COVID-19.
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