Enredos con víctimas

Es terrorífico que una madre o un padre sean capaces de acabar con la vida de su hija. Punto. Da igual si es el padre o la madre. Y ahí debería quedar el debate de tragedias como esta. Ahí, y en la prevención. Y en el seguimiento privado de los problemas personales y familiares que conducen a semejante desenlace. Que aquí ya habría mucha tela.

Pero no, eso no basta. Parece obligado enredarse en discusiones políticas con un tema tan doloroso como el que nos ocupa. Es inmoral que la discusión pública del asunto se aborde a través de la comparecencia de la ministra de Igualdad, por si condenó o no el asesinato de forma más o menos contundente o si lo hizo porque la presunta culpable era una mujer. Una controversia de vergüenza.

Ese tipo de desvaríos hacen flaco favor a las víctimas de verdad, los menores a los que les arrebatan la vida. Y enmarañan la tragedia con aspectos que en nada contribuyen a que estos casos se dejen de repetir, sean de quien sean las manos que se manchan de sangre.

Más nos valdría a todos enfocar nuestra rabia y nuestra indignación hacia la educación de quienes ocuparán la sociedad del mañana para que estos repulsivos crímenes no sean más que negros recuerdos del pasado. Y que la violencia vicaria (de nuevo, parta del progenitor que parta) se quede solo en los titulares que tristemente llenan los periódicos de hoy. Aunque sólo sea por honrar a los que lamentablemente ya no están.