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El apreciable relajamiento de los precios, que alienta la esperanza de que hayan tocado techo, y el brusco frenazo de la actividad confirmados ayer representan los previsibles efectos de la subida de los tipos de interés emprendida por el BCE, aunque todavía es demasiado pronto ... para vincularlos directamente con esa medida. En la caída de la inflación hasta el 7,3% –1,6 puntos menos que en septiembre– ha sido determinante el abaratamiento del gas; pero la resistencia a bajar de la subyacente, que excluye la energía y los alimentos frescos y está anclada en el 6,2%, refleja hasta qué punto se ha apoderado de la cesta de la compra. El parón del consumo por un elevado IPC que reduce el poder adquisitivo explica que la expansión trimestral del PIB haya bajado del 1,5% a un modesto 0,2%. Un enfriamiento que previsiblemente continuará en un escenario de dinero más caro e incertidumbre global, lo que asoma a España a una posible recesión que en el contexto presente no hay que magnificar si es suave y breve. Mucho más grave sería una sostenida estanflación –estancamiento económico y alta inflación– si el BCE no gradúa con acierto su respuesta al impacto de la guerra en Ucrania.
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