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Ignoro si en el actual catecismo católico continúan vigentes los tres 'enemigos del alma' que nos inculcaron en la infancia, a saber: el mundo, el demonio y la carne. Por mundo se entendía el dinero, la buena vida, las diversiones, la fama y los honores. ... El demonio era el famoso ángel caído en desgracia que se dedicaba a tentar a los débiles humanos para que sucumbieran al mundo y a la carne. Y esta última era el sexo, considerado como fin y no como medio de procreación.
Pues he aquí que, para uno de nuestros ministros más incompetentes (afortunadamente, al frente del ministerio más inútil), el viejo trío de los enemigos espirituales continúa en vigor, con matices. Alberto Garzón (Logroño, 1985) no solo es el único ministro comunista de Europa sino que, lejos de intentar disimularlo, alardea de ello afirmando que la ideología que lleva un siglo sembrando el planeta de férreas dictaduras que solo han acarrado terror, represión y miseria «todavía tiene mucho que decir». Como, por ejemplo, que «el único país cuyo modelo de consumo es sostenible y tiene un desarrollo humano alto es Cuba», o que «se puede ser comunista y tener un iPhone» (claro, y el frigo a rebosar, y un sueldazo, un coche oficial y una dacha, siempre que pertenezcas a la nomenklatura); o, la última, que «el excesivo consumo de carne perjudica a la salud y a nuestro planeta», aunque su banquete nupcial no incluyera precisamente albóndigas de berenjena. Cuando resulta que, según el Panel de Expertos Intergubernamental del Cambio Climático, la contribución del ganado bovino a las emisiones de CO2 es de un 5% mundial y las del sector agrícola suponen el 25%, así que pasar de carnívoros a veganos empeoraría y mucho el efecto invernadero.
En cuanto a los demás enemigos de esta lumbrera, otro sigue siendo El Mundo, y ABC, La Razón y demás medios no adictos al gobierno de coadicción al que pertenece como florero decorativo pero intocable, a los cuales silenciaría si pudiera. El moderno demonio, en fin, es el 'fascismo', es decir, los partidos políticos y los ciudadanos independientes que no opinan como ellos y osan criticarlos, especialmente los del otro extremo ideológico, que defienden ideas siempre discutibles y posiblemente rechazables sobre inmigración, educación, familia tradicional, unidad nacional, aborto, memoria histórica, violencia de género, los toros o la caza, pero que defienden la Constitución de 1978 y no arrastran una larga trayectoria histórica de crímenes como los dos partidos que nos gobiernan en coalición, con las mismas siglas. Nunca entenderé que declararse neonazi sea un delito pero neocomunista un orgullo.
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