¿Es el enemigo? Que se ponga. Es que estoy buscando uno. Y lo necesito urgentemente: Tengo que encontrar a alguien a quien echarle la culpa de todo. Sí, de todo: de mi inoperancia, de mi incapacidad y de mi estupidez. Y hasta de mi ... celulitis.
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Verá, la cuestión es que no tengo dios contra el que rebelarme, ni perro que me ladre, ni nadie al que acusar de ponerme la pierna encima para que no levante cabeza. Y eso me obliga a asumir las consecuencias de mis actos, de mis palabras y de mis decisiones equivocadas, algo que es cansadísimo y muy aburrido. Es mucho más fácil cargar contra el otro. Y más liberador. Sobre todo, si te dan la razón y te jalean.
Contra el enemigo se vive mejor, ya se lo digo yo. Le echas la culpa de lo que pasa, y a otra cosa. Mire a los que atribuyen a los pacientes de otras comunidades el déficit sanitario de la suya, o a los que responsabilizan a los inmigrantes de los males de nuestro país, o a los partidos que, incapaces de formar Gobierno, han estado echándonos en cara a los ciudadanos que no sabíamos votar. Hasta los de Villabajo se dedican a poner a parir a los de Villarriba porque a ellos les toca siempre fregar los platos. Total, si eso se soluciona comprando Fairy en el supermercado de la esquina, que también es buscar problemas donde no los hay.
En fin, para qué le voy a contar. Los únicos enemigos que tengo son los adjetivos, que nunca me vienen a la punta de los dedos cuando los necesito. Así que búsqueme una buena némesis a la que poder achacar todos mis errores, que no me vale con un tuitero cualquiera con una sombra gris en su perfil. Para eso le pago.
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