Noviembre sumó 61.768 nuevos cotizantes a la Seguridad Social y 74.381 parados menos, un dato muy meritorio en un mes en el que se retrae la actividad y que, además, ha coincidido con la sexta ola de la pandemia. España ha registrado un ... récord histórico de afiliación, con medio millón de inscritos más en la Seguridad Social que antes del COVID, y encadena nueve caídas del desempleo, un hecho sin precedentes. Un cuarto de millón si descontásemos a los trabajadores todavía en ERTE y a los autónomos que reciben prestación por el virus. La pregunta inmediata es cómo la evolución del mercado laboral puede ofrecer una perspectiva tan optimista mientras la OCDE rebaja sus previsiones de crecimiento para este año del 6,8% estimado en septiembre al 4,5%, aunque el Gobierno se aferra a un optimista 6,5% desprovisto de credibilidad. Cómo una economía con esa capacidad de generar empleo no se expande a un ritmo equivalente.

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La explicación se encuentra en la persistencia del mismo patrón productivo sobre el que discurre el desarrollo español desde hace décadas y en las altísimas tasas de temporalidad por una parte y precariedad por otra que comportan sus sectores base, aunque resulta esperanzador el aumento de los contratos fijos en noviembre hasta el 14% del total, una cifra excepcionalmente elevada. El presente ejercicio no se verá beneficiado ni del fondo Next Generation ni, siquiera como expectativa, de los propósitos inversores de las demás partidas que contemplan los Presupuestos de las distintas administraciones para 2022, sometidos en algunos casos a una confrontación partidaria que nada tiene que ver con las necesidades de la economía nacional.

La disfunción entre la curva ascendente del mercado laboral y una recuperación más al ralentí responde, sencillamente, a la baja estabilidad que ofrecen los nuevos contratos, a la limitada capacidad de gasto y ahorro que brindan los salarios resultantes, y a las mínimas retenciones y cotizaciones que los acompañan. En definitiva, a la inexistencia de una reactivación basada en la transformación del tejido productivo que ofrezca empleos más cualificados en proyectos verdaderamente competitivos. España no solo afronta el desafío de avanzar respecto al ya tópico esquema turístico e inmobiliario. Necesita hacerlo con la suficiente celeridad como para adelantar puestos en el ránking europeo y global de un desarrollo tan sostenible como rentable.

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