Andamos faltos de urbanidad, que no de urbanismo (de eso vamos sobrados por estas latitudes). Y es que las reglas de urbanidad, de respeto, de comportamiento social es lo que nos permite convivir en comunidad. Razonablemente bien, se entiende.

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Se menciona mucho en los últimos ... tiempos la resiliencia, pero se omite la urgente necesidad de la empatía. Ponerse en el lugar del otro y actuar en consonancia nos haría mucho mejores. Pero algunos se empeñan en el no. O, mejor dicho, en el yo.

Imaginen que tienen vecinos, que no es raro. Y que a usted le da por hacer fiestas en su casa día sí y noche también. Y que invade la piscina con sus invitados sin dejar resquicio al resto de residentes. O que pasea su perro por las zonas comunes sin recoger sus excrementos. O que se fuma un cigarrito en la ventana y lanza la colilla para evitarse limpiar el cenicero. Muy bien, pues ahora imagine que todos los vecinos se comportan como usted, o peor. Medite en qué situación queda el vecindario. Y la convivencia.

La misma cuestión, el egocentrismo y el no pensar en los demás, nutre una buena parte de los problemas de la sociedad. Las imprudencias en los incendios por no recoger la basura son culpa de quien no se pone en el lugar de los futuros campistas. La falta de rigor en el plazo de entrega de un trabajo genera demoras que afectan a ajenos sin culpa. Hablar por el móvil mientras se conduce no deja de ser una falta de educación, de civismo, que puede acarrear graves consecuencias si se tiene un accidente.

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Ejemplos hay mil. Son pequeños gestos que reclaman el mínimo esfuerzo de recordar que otros vendrán detrás y que no tienen por qué sufrir la desidia o el egoísmo ajeno. Porque la falta de empatía, de respeto a los demás, se produce en los mínimos gestos, pero sus consecuencias pueden volverse terribles. Evitarlas solo exige pensar un poco. En alguien más que en uno mismo.

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