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Me gustan las empanadillas. No todas. Tienen su arte, su tiempo y su textura. Ni muy secas ni bañadas en el aceite que horas después sigue supurando sobre el papel de cocina. Su elaboración requiere un ritual y sobre todo un trabajo que Borja Escalona ... no ha sabido valorar en su justa medida. No debía estar al tanto de la creciente división entre los partidarios de las empanadillas en sartén o en horno, estas últimas más sanas, pero también más desabridas. Una discusión de calado como la de la tortilla de patata con o sin cebolla o la pizza con o sin piña.
El youtuber, que pierde la vergüenza conforme aumenta su número de 'followers', ha jugado con fuego y se ha quemado. Les suele pasar a los niños malotes, a los engreídos y a una parte de esa tribu dedicada a lo que llaman crear contenido. Cualquier cosa vale, aunque se lleven por delante el trabajo y la imagen de una camarera más bien tímida o de un establecimiento con más de 50 años de historia que ha medrado empanadilla a empanadilla.
A Borja Escalona le salió el tiro por la culata. En Vigo entró en el local A Tapa do Barril, pidió una empanadilla y se negó a abonar los dos euros que costaba. Quería comer gratis –por lo visto no era la primera vez ni el único de la generación de youtubers que lo hace– y si le cobraban, él tendría que pasar la minuta al restaurante por la promoción que les estaba haciendo en un directo en las redes sociales. Unos 2.500 euros calculó a vuela pluma. Por la gracia del 'empanao' al establecimiento vigués le llovieron las críticas, pero las mismas redes que en un principio le hicieron la ola, le han lapidado hasta el punto de que Youtube ha cancelado su cuenta.
En el vídeo postrero, el youtuber emite una especie de llanto amargo pero seco, pide perdón y desliza la última perlita, algo así como que los españoles tenemos un problemilla con el odio. ¡Criatura!
Lo siento Borja, pero no puedo llorar.
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