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Mi padre solía aprovechar esa necesidad campesina de salir 'a mirar el astro' para largarse al bar después de cenar y apurar los últimos Celtas cortos del día.
– Voy a ver el astro, nos decía, a mi hermana y a mí que apurábamos los ... últimos bocados y a mi madre que recogía la mesa.
Medio siglo después, ya no quedan campesinos. Tampoco agricultores que miren el astro. Pero tenemos móviles y otra tecnología de última generación.
Esta primavera, escasa en lluvia, ha dejado 'con el culo al aire' a los modelos de previsión meteorológica y a los modernos agricultores.
– Mañana da agua, me decía alguno.
– ¿Quién da agua? Preguntaba.
– El móvil, me respondía.
Durante todo el mes de mayo se equivocó el augur.
Me interesé por la diversidad de aplicaciones que han sustituido lo de mirar el astro. Aemet, meteosat, el tiempo, euskalmet, accuweather... algunas permiten ver hasta el movimiento de las nubes durante las últimas horas y adivinar la trayectoria que seguirán y como vienen también pintadas de colores que indican la carga de agua que llevan pues todo es verlas moverse en la pantalla del móvil y atreverte a decir tal que: ahora está lloviendo en Murillo y en una hora aquí, en Alcanadre, van a caer por lo menos veinte litros, o más.
Otras aplicaciones indican el porcentaje de probabilidad de que tal día llueva.
– El miércoles no va a llover, me dice un amigo.
– ¿Cómo así? Le pregunto.
– Aquí pone nublado, pero da solo el 65 por ciento, con eso no llueve.
Ya no sabemos interpretar el vuelo de los alerones, ni las reatas de hormigas, ni el cruce de la culebra en el camino... pero sabemos que si en la pantalla del móvil pone que la probabilidad de lluvia es menor de un determinado porcentaje, ese día no llueve. Es un éxito de nuestra civilización: hemos conseguido que las máquinas cada vez tengan más autonomía y que cada vez confiemos más en ellas, al mismo tiempo que cada vez tienen menos autonomía las ideas y tenemos menos confianza en lo que nos rodea. Incluso ni lo miramos.
Recuerdo la tarde del año 2003 que pasé con Jacinto Sagarna, 'el Pastor del Gorbea', en su casa en Tudelilla, y todo lo que aprendí con él, incluso a calcular las témporas. Copio de aquella conversación: «Yo en el monte me fijaba en el rebaño. Cuando se ponía así encogido, aprendí que eso era mala señal, van a caer grandes lluvias. Y con los pájaros me pasa igual. Veo volar un pájaro y si está marcando digo, antes de 24 horas va a llover. Cuando el gavilán se pone quieto, quieto en el aire, a los tres días trae lluvia y cuando mueve las alas arriba y abajo rápido, pues entonces en 10 horas y si las mueve, pero lento, a las 24 horas. Y los gusanos, las lombrices de la tierra, también te marcan. Cuando hay sequía grande y salen y los ves llenos de polvo, pues entonces ahí es cuando viene la lluvia. Y cuando viene sequía empiezan los mosquitos en bandadas para arriba y para abajo, pues ahí 15 días que tienes seguros de buen tiempo».
Ya sé por mi amigo Ramiro Palacios que ha estudiado el pastoreo de ovino en esta tierra recientemente, que quedan pocos pastores (en mi pueblo ninguno, cuando en 1993 había siete) y que por eso ahora las administraciones animan la puesta en marcha de escuelas de pastores en las que a los alumnos no les enseñan las témporas sino el manejo de drones y otras tecnologías apropiadas a los tiempos que corren.
Los que somos conservadores lamentamos que ya no queden pastores como aquel del que nos da cuenta Xuan Bello, en una de sus historias asturianas (en los libros de contenido rural casi siempre hay un pastor), que apacentaba su rebaño por las orillas de los lagos de Enol y al que unos turistas preguntaron una mañana que a qué hora bajaba la niebla y él, sin necesidad de mirar el astro, respondió: a las cinco en punto.
Ni tampoco personas como León, que al contrario de las modernas aplicaciones nunca se equivocaba ya que cuando le preguntaban si iba a llover siempre decía que sí, y aclaraba: hoy lloverá poco, mucho o nada.
Yo, como entretenimiento, sigo calculando las témporas. La segunda de este año fue los días 31 de mayo y 2 y 3 de junio. Si recuerda los aires que soplaron esos días, si llovió poco, mucho o nada, si salieron las culebras y abundaron las hormigas... ya sabe lo que hará el astro este verano. Y si no puede preguntárselo al chatgpt ese o a cualquier agricultor moderno, que es lo que yo hago.
Cambiar lo natural por lo artificial, incluida la inteligencia, con total naturalidad es lo que tiene: que ni sabemos por dónde nos da el aire ni si va a llover ni a qué hora bajará la niebla esta tarde. Y, para colmo, no quedan pastores que nos lo cuenten.
(En Alcanadre a 13 de junio de 2023, san Antonio)
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