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En octubre, la feria. Las hileras de libros, los cuentos, las postales, el ir de caseta en caseta y volver a empezar, la alegría de ... los descubrimientos, la suerte de encontrar lo que se buscaba y lo que no, las conversaciones de los libreros, que siempre se ponen en lo peor, las colecciones, las cajas a estrenar, los carteles: uno, tres euros, dos por cinco, los enamoramientos, las estampas, los tebeos, Austral, Salvat, Bruguera, los clásicos de siempre, los clásicos de feria, Delibes, Clarín, Pérez Galdós, Pérez y Pérez, Agatha Christie, los libros de autoayuda, las dedicatorias de otros: «Espero te guste, tu hermana que te quiere; Con mis mejores deseos en el día de tu cumpleaños; Para Sol, con todo mi cariño...»; los libros de viajes, los libros de cocina, las revistas de antes, los periódicos metidos en funditas de plástico para no perder las hojas, la luna en los adoquines mojados, los paraguas, la lluvia mansa de las tardes...
En octubre, con la feria, empezaba de verdad el otoño.
Y hasta en octubres tan raros como este, que no son otoño ni son nada, vuelve, con la feria, la emoción de los libros.
En Teruel hay un pueblo que se llama así. Libros. En Libros no hay feria del libro. Ni biblioteca. Ni escuela. Ni tienda. Por no haber, casi no hay gente. Hace unos meses, (aquí lo contó Raquel C. Pico), comenzó una campaña en las redes que pedía libros para Libros. Autoras como Irene Vallejo o Elvira Lindo se sumaron a la iniciativa, que pronto se hizo viral, y el resultado ha sido un éxito. Los libros llegaron a miles. Ahora, en Libros hay más libros que personas. Muchísimos más. Y con ellos, los proyectos, las novedades, los planes. Habrá quien diga que qué gasto de energía, que para cuatro que son no merece la pena, que cuánto mejor arreglar la carretera o hacer un parque para mayores. Y no les faltará razón. Pero tampoco nos falta a quienes pensamos que, puestos a empezar por algún sitio, este no es mal comienzo. Los libros. En los pueblos, en los grandes y en los pequeños, también hacen falta buenas bibliotecas. Aquí, en La Rioja, en los últimos años, y gracias a la labor incansable de grupos de entusiastas, casi siempre mujeres, casi siempre voluntarias, están reviviendo muchos clubs de lectura y muchas bibliotecas rurales, que vuelven a ser lugares de encuentro, de intercambio, de conversación.
Puede que los libros no sean imprescindibles, pero son necesarios. Aunque solo sea para recordarnos que no estamos solos.
Hasta en otoños tan tristes como este, los libros nos acompañan, nos seducen, nos atrapan, nos esperan, nos redimen, nos desarman, nos humanizan, nos cobijan, nos defienden. Y falta nos hace.
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